Abril 12: Vendas y resurrección

Abril 12: Vendas y resurrección

Por: Luis Javier Palacio S. J. 

Cada evangelista da su toque peculiar a los relatos de resurrección. Ésta es el milagro por antonomasia en el Nuevo Testamento e incluso el único milagro de todo él. Curiosamente se define cercándolo o rodeándolo con sus efectos, que pueden reducirse todos a la conversión. En el creyente resucitar, convertirse, ser movido por el Espíritu, dejarse mover por la gracia, entrar en el reinado de Dios, entregar la vida por amor (ágape) y otras expresiones más, forman una familia de sinónimos o complementos mutuos.

En el evangelio de Juan es interesante destacar el detalle de las vendas. «Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte». El evangelio de Juan es el único que relata la resurrección de Lázaro, de quien da muchos detalles, como un preámbulo para la resurrección de Jesús. La resurrección de Lázaro puede verse como el culmen de los relatos de curaciones. La curación supina: la de la muerte como límite de toda enfermedad. Pero podemos malinterpretar la resurrección de Lázaro equivocadamente como la de Jesús. Lázaro sale de la tumba con las mortajas de la muerte. Aún pertenece al reinado de la muerte, pues tendría que volver a morir. Es como la reanimación de un cadáver o la del paciente con paro cardíaco por un desfibrilador. La resurrección de Lázaro es similar a la que plantea el libro de Daniel o de los Macabeos cuando puedan volver los muertos a la vida por un instante y contemplar el nuevo reino de David. Lázaro se encuentra en la tumba mientras la tumba de Jesús está vacía. Lázaro resucita a la voz de Jesús que le ordena salir y Jesús resucita tan silenciosamente (terremotos que remueven la loza de piedra son una expresión apocalíptica) que solamente sus anteriores amigos y amigas lo reconocerán por otros signos indirectos. Las autoridades religiosas y políticas no aceptan que haya resucitado sino que el cadáver ha sido robado. La resurrección de Jesús es una dimensión espacio temporal nueva de su vida. En el evangelio de Lucas esto se expresa con la glorificación en la ascensión, categoría que no aparece en el evangelio de Juan. No necesita Jesús mortajas; sin ser fantasma atraviesa las paredes; sin necesidad de comer comparte pan con los discípulos de Emaús y pez a la orilla del lago; sin ser un cadáver muestra los estigmas de la pasión; habla como si estuviera vivo aún y envía en misión como cuando caminaba por tierras de Palestina.

Pablo, cuando resume lo que para él es la experiencia pascual o de encuentro con el resucitado —no acude ni a la tumba vacía ni a las apariciones— dice: «Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar EN MÍ a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles…» (Gal 1:15-16). Es decir, cuando entiende que el resucitado mismo se encuentra en él y se ve impulsado a predicar similar experiencia a los gentiles. También lo hace a los judíos pero no cree tener éxito. Hay que destacar que no expresa Pablo que se haya revelado A ÉL sino EN ÉL; es decir, que puede hacerlo en todo hombre. No se le revela un secreto exclusivo como individuo sino como universal. Se revela EN PABLO como puede revelarse en todo hombre. Conociendo los antecedentes de Pablo como fariseo y perseguidor de los cristianos, no puede entenderse en sentido literal que lo haya separado desde el seno materno. Pero es válido que mire su pasado como designio divino que ha escrito recto con líneas curvas. Cualquiera puede aplicar a su vida esta expresión como vivencia de su fe, no como su pasado histórico.

La resurrección, inexplicable en términos conocidos, pues no pertenece propiamente a la historia espacio temporal que podemos captar con las ciencias o los sentidos, implica una transformación, no una restauración de la misma vida como en el caso de Lázaro. Lázaro o la hija de Jairo, según se narran en los evangelios, los vuelve a la vida que llevaban antes de morir. No es el caso de Jesús. No se trata de resucitación sino de resurrección. Podría decirse que resucitación es un milagro cínico pues implica morir una segunda vez, algo poco agradable. Jesús, en cambio, tiene una nueva vida, la vida verdadera que pueden llevar sus seguidores aquí y ahora y allá en el futuro. La resurrección de Lázaro es meramente postergar la muerte (como las curaciones) mientras la de Jesús es la victoria sobre la muerte. Tomas de Aquino diferencia la resurrección como milagro de la fe y los demás milagros como argumentos para la fe. Pero los incluye todos en la vida de Jesús. Más adecuado es decir que la resurrección es el único milagro, que se da en Jesús y en nosotros, pero no se da sin nosotros.

En muchas catequesis se identifica la muerte como la separación del cuerpo mortal del alma inmortal, que es una idea griega, de manera que muerte y resurrección quedan desdibujadas. Si el cuerpo es de todas maneras corruptible y mortal, como lo constatan las ciencias, ¿qué expresamos con la profesión de fe en la resurrección de la carne o de los muertos? Por otro lado, si el alma es de suyo inmortal, como plantean los griegos, ¿qué novedad aporta la resurrección del alma? La resurrección implica la fe, el milagro, el único milagro posible, mientras la inmortalidad no lo implica. El creyente confiesa la resurrección del hombre total como una esperanza venidera que transforma la vida presente. Ya, aquí y ahora se vive la resurrección como lo expresa Pablo a los tesalonicenses: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3:1). Es decir, creyentes ya resucitados que cambian (se convierten) su estilo de vida. Juan lo expresa en términos de amor (ágape): «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. (1 Jn 3:14). Si el cuerpo carnal es objeto de la resurrección, la implicación aquí y ahora es su cuidado y no su desprecio como cárcel del alma.  En el evangelio de Juan 3 veces repite Jesús que resucitará a sus seguidores. Les asegura que donde esté él estarán sus discípulos. La mayoría de los intérpretes ven esa presencia permanente de Jesús en medio de los suyos como la presencia del Espíritu. El pensamiento sobre la resurrección marchó en dos líneas que aunque diferentes son posibles de armonizar. La teología más ortodoxa miró la resurrección como el clímax de su vida de manera literal en Jesús y de manera figurada para el creyente en un futuro no fácil de precisar (parusía, regreso del hijo del hombre, juicio de las naciones, etc.). El pensamiento gnóstico, del que también toma el cristianismo, dice interpretar enseñanzas esotéricas de Jesús afirmando que la resurrección ya se ha dado en la verdadera experiencia de algunos creyentes y rechazan la resurrección de la carne, pues ésta sería obra de un demiurgo (dios creador) malo. Para Pablo, la resurrección sucede “ya pero todavía no entre la continuidad (como el grano de trigo sembrado) y la discontinuidad (sembramos cuerpo mortal y resucita cuerpo espiritual); en continuidad y discontinuidad de esta vida presente y la futura o esperada. Igual que el reinado de Dios que ya está en medio de nosotros pero ha de venir.

Como puede deducirse de lo anterior, la tumba vacía no prueba la resurrección de Jesús pero sirve como escenario de un mensaje sostenido por los testigos en el Nuevo Testamento que se sienten enviados, impulsados a predicar y a obrar como Jesús. Es el comienzo de la comunidad de testigos de la resurrección que viven ya desde ahora de una manera diferente. La teología contemporánea, acertadamente, ha puesto de nuevo la resurrección, la pascua, como el misterio (sacramento) fundamental de la fe cristiana. En muchas teologías anteriores la resurrección quedaba escamoteada.