Abril 8, 2018: Apuntes del Evangelio

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Por: Luis Javier Palacio S. J.

El resucitado es el mismo que murió en la cruz, y viceversa. Las heridas de Jesús se convierten en sus señas de identidad. El Cristo resucitado y glorificado no ha borrado de su personalidad la historia terrena de los padecimientos. Está marcado por ella de una vez para siempre, de tal modo que ya no pueden separarse el resucitado y el crucificado.

En la más primitiva confesión de fe se unen: “Entregado por causa de nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”. El envío se asocia al Espíritu y al perdón de los pecados. En el judaísmo, aunque fomenta y exhorta al perdón entre los creyentes, en última instancia el perdón corresponde a Yahvéh y lo concede a todo el pueblo en la fiesta del Yom-kippur o del perdón nacional. Solamente el ofendido puede perdonar al ofensor que es lo que en la práctica cristiana se busca con el resarcimiento del daño hecho o la “reparación de la ofensa”. Pero en este evangelio quizás la figura más destacada sea la de Tomás resumida en “ver para creer”.

En general el judaísmo condena la duda pues la fe es confianza absoluta en Yahvéh. Sin embargo, se admite la duda cuando bien la ley no es explícita o el hecho es incierto. Algunas normas se establecieron para resolver las dudas como que debían resolverse en conformidad con el punto de vista más estricto que decidiera el rabino, y cuando hubiera diferencia entre los rabinos por la más benevolente opinión. En casos en que se implicara la propiedad de la tierra o peligrara la vida, la opinión más benevolente debía seguirse para protección de ambas. Si la duda era muy remota o improbable, debía seguirse la opinión más benévola. Dado que esta función se designa con la misma palabra de perdón (afiemi, en griego), algunos afirman que la potestad a los discípulos es para dirimir casos similares. En el Concilio de Trento se afirma que el confesor ha de cumplir la doble función de juez y médico. Es decir, diagnosticar el mal espiritual y dar la medicina para curarlo. Algo que rara vez sucede.

En el cristianismo la duda juega un papel distinto. La supuesta duda de Tomás es la ocasión para reafirmar que el Resucitado es el mismo crucificado. Pablo hace de todo creyente un solucionador de “dudas” mediante el discernimiento. No es que se dude de la palabra de Dios pues tal duda es reprendida por Jesús: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» (Mt 14: 31), sino en la manera como la palabra de Dios se aplica a la vida, se obra en tiempos y lugares determinados. La duda de Tomás termina de hecho en una profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío! como hubiera podido acabar en otra expresión de no haber visto las manos y el costado. Así, la duda de Tomás constituye un espacio intermedio entre su fe más profunda (en lo que termina) y su posible incredulidad. Ampliando el concepto de “ver” podríamos decir: experimentar para creer. Todos los que confiesan la resurrección experimentan encuentros con el Resucitado o experiencias pascuales. Que Tomás llame Dios al resucitado es un caso único en el Nuevo Testamento. Yahvéh, que nunca fue visible en el Antiguo Testamento, se hace visible en la figura de Jesús. Para Tomás no era un ataque el monoteísmo judío sino su confirmación.

En muchas circunstancias el hombre obra movido suficientemente por el conocimiento, pero en el campo de la fe no es posible tal claridad y la fe se enfrenta no simplemente a aceptar la historia sino a hacer historia. En el campo de la filosofía la duda, en cambio, es su fundamento último. En alabada frase de Francisco Bacon (siglo XVII) se dice que si un hombre empieza con certezas, terminará en dudas; pero si desea empezar con dudas, terminará en certezas. Refiriéndose al campo religioso, se atribuye el poeta Alfredo Tennyson: “Creedme que hay más fe en una duda honesta que en la mitad de los credos”.

La duda pertenece entonces y por derecho propio al campo de la fe, la esperanza, la promesa, el futuro. Tanto el fanático como el fundamentalista ordinariamente no dejan espacio para la duda basándose en última instancia en un dogmatismo cerrado. Es la posición de quien cree que por creer en Dios todo le está permitido en su nombre. Es más propia del creyente la duda que del incrédulo que parece haber resulto toda duda negando la esperanza, el futuro. En este sentido puede decirse que el modelo, el paradigma de la duda del creyente es la resurrección. Quien la afirma se compromete ya a cambiar su vida y quien la niega convierte a Dios en mentiroso y la fe en algo ilusorio, vacío, sin contenido. Afirmar la resurrección es afirmar el Espíritu que habita en el creyente de manera que soplar sobre los apóstoles apenas es hacer más explícita la fe en la resurrección. En el esquema de inmediatez de Juan, la aparición del resucitado ocurre el mismo día de pascua. Es presentado como un ser espiritual, que penetra a través de puertas cerradas pero a la vez tan material, que se le puede identificar en sus heridas o estigmas. En el pasado se discutía acerca de qué substancia sutil era el cuerpo resucitado de Jesús y qué facultades humanas poseía, algo que hoy no se plantea por exceder a todas luces el contenido y alcance de los textos y su intención. No se trata de buscar una interpretación realista sino de captar su contenido simbólico. La Magdalena quiere retener al Resucitado por los pies y Jesús se lo prohíbe. En cambio con Tomás, lo invita a meter su dedo en las llagas de la pasión; algo que finalmente no hace pues le bastan las palabras de Jesús. En el judaísmo, como en el cristianismo, el Dios es de la palabra, del oír, no tanto de la imagen, del ver o tocar.

Jesús les había prometido enviar el Paráclito (abogado, consolador, maestro de la verdad) y ahora el Resucitado es el que identifica al Jesús de la pasión con el Paráclito. El Resucitado es ya el Paráclito que está presente en cualquier parte que esté la comunidad, a puerta cerrada o a cielo abierto; o mejor, supera las diferencias entre abierto y cerrado. En el camino de Emaús se les revela en el descampado del camino igual que en casa o tienda en la fracción del pan. La misión de los discípulos en esta aparición enfatiza el ministerio del perdón como en otras enfatiza la evangelización y el bautismo. Todas estas dimensiones unidas a la resurrección son, para Juan, una réplica del envío que recibe del Padre. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». La continuidad de la vida pública del Jesús que deben manifestar o hacer patente los discípulos, no es sin embargo una escenificación. Las cambiantes circunstancias, tiempos y lugares, les exigen creatividad apegada a la inspiración del Espíritu del Resucitado. La pasión propia les ganará su propia resurrección.