Abril 15, 2018: Apuntes del Evangelio

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Por: Luis Javier Palacio S. J.

Antes comentamos que en el evangelio de Marcos son enviados los apóstoles a predicar a toda la creación; en el de Mateo son enviados a bautizar a todas las naciones (gentes); en el de Juan les da el Espíritu para que puedan desatar los pecados igual que en el envío del evangelio de hoy.

Aquí se presenta una diferencia con el judaísmo en el cual el perdón entre los seres humanos es recomendado como imitación de Yahvéh pero el perdón de los pecados propiamente solamente corresponde a Yahvéh. Éste se celebra como perdón por todo el pueblo en la fiesta del Yom-kippur o fiesta del perdón nacional. Para algunos el cristianismo anuncia el perdón de los pecados más que concederlo, pues esto último suena muy jurídico.

Dios, por medio del Espíritu es el que actúa en el creyente. En el cristianismo, aunque la mediación sea humana, se confiesa el perdón de los pecados luego de la profesión de fe en el Espíritu, al cual sigue (en el Credo apostólico) creer en la Iglesia, la comunión de lo santo, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. En los relatos de la muerte de los mártires se enfatiza que no es una muerte padecida con arrogancia sino acompañada del perdón de los perseguidores a semejanza del perdón de Jesús en la cruz o al de Esteban protomártir. En la medida en que Jesús era el ofendido, se enmarca bien dentro de la concepción judía del perdón y era comprensible para ellos. El complemento: “porque no saben lo que hacen” fue ocasión para que algunos Padres de la Iglesia no incluyeran al pueblo judío en tal perdón lo cual hoy no es aceptable; más bien se toma en el sentido de que Jesús excusa el pecado contra sí mismo. Pablo lo expresa con claridad: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos» (2 Co 5:19). La reconciliación, concepto más amplio que el perdón, incluye a todos los pueblos, naciones, tribus por lo cual la Iglesia no solamente actúa como agente de perdón dentro sino también fuera de la ella misma.

El perdón no es el fin exclusivo del envío aunque le sea parte fundamental. El evangelio incluye siempre el anuncio del reinado de Dios y del amor a través de Jesucristo, el ofrecimiento de la gracia, el perdón (liberar del pasado), la invitación al arrepentimiento y conversión, el seguimiento de Jesús en comunidad, o Iglesia, el testimonio de Jesús con palabras y obras, la responsabilidad de participar en la lucha por la justicia y la dignidad humana y el deber profético de denunciar la injusticia incluso a riesgo de la propia vida. Estos elementos aparecen dispersos en los evangelios y por supuesto no están todos contenidos en ninguno de los relatos de apariciones. En la medida en que el ser humano es frágil, el perdón no solamente alcanza a liberar del pasado como lastre sino también desata el futuro como posibilidad. La conversión como proyecto de vida, supone que somos justificados pero a la vez pecadores pues no siempre triunfa la gracia en nuestra vida; pero tampoco nos vence el pecado. El creyente necesita vivir siempre en alerta. En palabras del teólogo Karl Rahner, somos unos malos santos pero igualmente “malos” pecadores. El pecador puro, absoluto, ni siquiera tendría conciencia de su pecado. En este sentido la misma Iglesia es consciente de su pecado y lo confiesa, en la medida en que tolera o es connivente con la injusticia del mundo; su conciencia es cuestionada por los crucificados de este mundo que tienen derecho a la resurrección liberadora para todos. No se trata de llevar una vida sin pecado sino con capacidad de conversión. El ideal, como lo confiesa el Bautista al comienzo del evangelio, va más allá de perdonar, pues es quitar o eliminar el pecado del mundo; una tarea permanente. A menudo se ha entendido la santidad de la Iglesia como la ausencia de pecado. Pero el criterio es más bien la vida en el Espíritu Santo que santifica y en tal proceso invita al perdón y la lucha continua por el reinado de Dios; al movimiento continuo de la muerte a la vida, de la injusticia a la justicia, de la violencia la paz, del odio al amor, de la venganza al perdón, del egoísmo al compartir, de la división a la unidad. Ninguna de estas características se agota en la salvación individual sino compartida. El perdón se recibe por gracia y se comparte con otros como gracia para ellos.

Por largo tiempo se enfatizó el perdón como el objetivo final de la encarnación de manera que se tomó la muerte de Jesús como el acto de perdón por excelencia. La idea era que Jesús fue castigado en lugar nuestro. En el evangelio de Juan y en varios teólogos la afirmación es diferente: en la muerte de Jesús fuimos juzgados todos, porque se dio el juicio del mundo. El pecado es crucificar a otros, la salvación es ayudarlos a resucitar a una vida verdadera, empezando por bajarlos de la cruz. Es el caso de la violencia contra la mujer justificado con la teología de la cruz y el sufrimiento de Jesús para legitimar su agonía: cuando se le recomienda guardar silencio y perdonar al abusador como manera de salvarlo a la manera de Cristo en la cruz. Pero cada vez hay más denuncias, menos silencio como signo de que la violencia intrafamiliar o de género puede ser superada. La manera de lograr lo segundo es apuntar a la resurrección y bajar a la mujer de su cruz. Cristo ofreció no solamente perdón sino una vida nueva para toda la creación que se prefigura en la resurrección. Como se ha dicho ya, esta es la importancia de las marcas de la pasión en Jesús resucitado que en el evangelio de hoy ofrece en sus manos y pies. En el evangelio de Juan ofrece sus manos y costado. Importan las llagas o heridas (estigmas) no propiamente su ubicación. No se trata pues de detenerse en la justificación del pecador sino en su vida futura, en su porvenir, en el reinado de Dios que se empieza a construir aquí y ahora.

La importancia de que Jesús aclare a los apóstoles que no es un fantasma; que los espíritus «no tienen carne y huesos, como veis que yo tengo» es que la resurrección tiene que ver no solamente con Jesús sino con las personas de carne y hueso, es decir, con los vivientes. Se reafirma cuando come con ellos del pez asado. Nuevamente el pez nos remite a Galilea pues en Jerusalén no había tradición de consumo de pez. Los que empezaron como pescadores, que fueron llamados para ser pescadores de hombres, en Lucas tienen una nota adicional: “pescadores de hombres vivos”. La salvación no nos saca de este mundo como luego cierta espiritualidad de “fuga del mundo” predicó, sino que nos inserta más profundamente en él. Si pensamos solamente en un cuerpo glorioso de Jesús, mencionar alimentos no tiene mayor sentido pues no los necesitaría. Pero como en otro comentario se ha dicho, los relatos de Resurrección sirven más para corregir las inadecuadas explicaciones nuestras que para definirla con precisión. La resurrección es más bien para experimentarla que para entenderla. Es la experiencia Pascual que nos permite afirmar que está vivo y actuante en medio de nosotros. El resucitado está en cada creyente tanto como en la comunidad y el estilo de vida de ambos.