Agosto 12, 2018: Apuntes del Evangelio

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Por: Luis Javier Palacio S. J.

Referente a la encarnación dice la teología ortodoxa que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios (proceso llamado deificación) o que se hizo hombre para enseñar al hombre como hacerse Dios (a la manera de Jesús). Esto lo expresa la Iglesia, de manera sensible, en la liturgia que es el proceso del cosmos haciéndose Iglesia, es decir, comunidad redimida en la totalidad de la creación. Ya se nota en las reflexiones judías sobre el maná, que empieza por ser mero alimento de subsistencia en el desierto, llega a ser tenido por pan de ángeles, pan del cielo y a tomarse por sinónimo de la Torah o sabiduría propia de Israel. El auténtico maná termina siendo igualmente la Palabra de Yahvéh.

Un alimento (el maná) que cumple con las leyes del sábado, pues no caía en tal día, y con la adecuada distribución, pues no se recogía sino un omer (aunque mucho se acaparara) o ración suficiente para una persona. A quien recogía más, se le agusanaba y podría. Esta capacidad simbólica y reflexiva es el origen propiamente de lo religioso: lo ordinario entendido a la luz de lo extraordinario pero que respeta y da sentido a lo ordinario; lo terrestre entendido a la luz de lo celeste, sin arrebatarle su autonomía, pero dándole un dinamismo transformador; lo humano, expresado como lo divino para que sea más que humano.

Con el cristianismo y su idea de encarnación, el flujo es al contrario pues ahora es lo plenamente divino expresado como lo humano. En el evangelio de hoy se define Jesús como nuevo maná o pan bajado del cielo. Lo humano, expresado como el hijo de José y con madre conocida en el pueblo, les parece objeción insuperable para sostener que ha bajado del cielo. Curiosamente la idea de trascendencia de Yahvéh no había sido obstáculo para que se le considerara habitante de tiendas en el desierto, cercanía (shekinah) en el Templo, gloria (kadosh) cuando se leía en la sinagoga, y hasta jefe de batalla (shabaot) en las luchas por la tierra. El libro de Daniel, buscando resolver la oposición tierra y cielo, que ya había iniciado Zacarías, introduce dos rangos de ángeles superiores (da nombres a Miguel y Gabriel) como ángeles guardines nacionales. Por belicosos, fue peor el remedio que la enfermedad. Para algunos la idea de trascendencia resulta demasiado filosófica (griega) y los antropomorfismos judíos —hablar de Yahvéh con características humanas— sería más cercano a la Biblia y por supuesto a Jesús. Jesús es Dios y no a la inversa. El “impasible” sufre dolor de entrañas frente a los enfermos; el “omnipresente” tiene que ocultarse cuando lo quieren hacer rey; el “todopoderoso” es crucificado; el “omnisapiente” debe preguntar qué dice la gente de él; el “jefe de los ejércitos” no tiene ninguna legión que lo defienda; el “santo” es criticado por aliado de Belcebú; el “justo” es condenado con calumnias; el “amigo de todos” es abandonado por los cercanos. En definitiva, el Dios cristiano es insensatez para judíos y locura para griegos pero sabiduría de Dios para los salvados, como lo expresa Pablo.

La idea de trascendencia había tenido un desarrollo especial en el judaísmo, como la del pueblo de Israel (cuerpo místico unido a Yahvéh) que se reflejaba en su historia terrestre, en su identidad racial, cultural y social. Vale aclarar que por cerca de mil años para el cristianismo el “cuerpo de Cristo” era la Iglesia y el “cuerpo místico” era el pan eucarístico. El Vaticano II vuelve a llamar a la Iglesia “cuerpo de Cristo” y “pueblo de Dios” en sus documentos. Dos padres de la Iglesia nos dejaron sendas expresiones significativas de la Eucaristía como relación del cielo con la tierra. Ignacio de Antioquía la llamó “medicina de inmortalidad”, es decir, lo que curaba nuestra mortalidad; Ireneo de Lyon la llamo, mirando desde otro punto de vista: antídoto para la muerte, es decir, lo que nos preserva esta vida.

No muy lejos está la expresión varias veces utilizada por Francisco de la comunión como remedio para el convaleciente más que premio para el perfecto. Expresan la misma idea de la Eucaristía como unión de lo humano y lo divino como el maná expresaba juntamente la exudación de la planta Tamarix Mannífera, el pan del cielo, la Palabra de Yahvéh, el alimento que guardaba el sábado. Igualmente la Eucaristía ha sido considerada en su dimensión trinitaria como: a) acción de gracias al Padre; b) memorial de Cristo; c) invocación del Espíritu; d) comunión (koinonia, en griego) de los fieles y e) banquete del reinado de Dios. Reconciliar y compartir entre quienes se tienen por hermanos de una misma familia de Dios es condición y a la vez consecuencia de la Eucaristía, de la comunión en ella. La concepción de la Pascua judía, cuando la puerta debía dejarse abierta y repetirse la invitación: “Quien tenga hambre que entre y coma” no estaba muy lejos de lo que los creyentes esperaban de sus Eucaristías. En ellas expresaban lo que habían realizado en el presente y a la vez lo que esperaban se consumara en el futuro. Así, la Eucaristía es como una elipse con sus dos focos: uno en la tierra y otro en la vida eterna. Una de sus expresiones es, a pesar de los altibajos que ha tenido la idea, que creemos en la comunión de lo santo, que rescata todo lo bueno de las generaciones pasadas, lo conjunta con lo que hace la generación presente y espera abundante cosecha de bien en el futuro.

El cristianismo, en última instancia, es optimista frente al futuro pues está en las manos de Dios y la corresponsabilidad nuestra. Los judíos, esperando más de la acción de Yahvéh, creían traicionar su fe poniendo la esperanza en el hijo de José el artesano y de la aldeana de Nazaret. No podía Jesús ser “pan del cielo” aunque había alimentado con pan material de cebada y peces a la gente y con el pan espiritual de su palabra igualmente. Si Jesús expresa su identidad por medio de una comparación (como en las parábolas): “Yo soy como el pan del cielo” quizás no hubiera encontrado resistencia de los judíos. Pero para los cristianos no vale la metáfora pues se trataba de que Jesús era verdaderamente quien podía alimentar y enseñar el camino al cielo, la manera en que el hombre se hiciese Dios, la manera como debemos asumir nuestra condición divina como él asumió nuestra condición humana. Muchas espiritualidades han buscado construir un camino de la tierra al cielo. Todas ellas triunfan o fracasan en la medida en que logren un ser humano similar a Jesús. Ireneo de Lyon afirmaba que se nos ha dado en Jesús la “semejanza” que todos los marcados por la “imagen” de Dios debemos buscar. Se nos ha dado como gracia pues no es algo que poseamos de una vez y para siempre; por el contrario es tarea, encomienda, destino. La Eucaristía también se ha llamado “pan del viajero” porque debe ayudarnos en ese caminar. La Eucaristía puede ser el mejor signo sensible de la encarnación de Dios para un mundo desunido y en conflicto.