Por: Luis Javier Palacio S. J.
El incesto se asimilaba al adulterio. En el adulterio ambos, hombre y mujer, debían morir, según las leyes de la época. A menudo, sobre todo en los profetas, el peor adulterio es de tipo religioso, es decir, irse con otros dioses diferentes a Yahvéh. Es el adulterio religioso. Así se entenderá, por ejemplo, el casarse con una mujer de otra religión. Varios padres de la Iglesia usan este concepto. Pablo, sin embargo, aconseja que no se abandone al cónyuge no creyente. Algunos consideran que Pablo autoriza el divorcio en tal caso, en lo que se ha llamado canónicamente el “beneficio paulino”. Esto porque la imagen matrimonial es la imagen de la relación de Yahvéh con Israel, como en Pablo será el matrimonio la imagen de Cristo y la Iglesia. Curiosamente, no se consideraba adulterio la relación de un hombre casado con una mujer soltera, pues la poligamia era permisible. Una muestra de patriarcalismo y machismo judío que Jesús descalifica en los evangelios. También en las leyes romanas el adulterio se aplicaba solamente a la mujer, de manera similar a como se hace en muchos países musulmanes. En el cristianismo el adulterio se define como la relación íntima entre una persona casada y otra no casada o entre una persona casada y el cónyuge de otro u otra. Si el hombre sospechaba del adulterio de su mujer, podía someterla a la ordalía de las hierbas amargas. Una pócima revulsiva. Si reaccionaba al tomarla era culpable. Algo similar se hizo con las mujeres sospechosas de brujería en la Edad Media. El hijo nacido del adulterio se consideraba bastardo.
Hasta tal punto resultó difícil para la comunidad cristiana aceptar este episodio del evangelio de hoy que falta en muchos manuscritos del evangelio de Juan y es desconocido por varios padres de la Iglesia. Hay opiniones de que no formaba parte original del evangelio y habría sido añadido posteriormente. Jesús habría procedido en abierto desafío de las leyes judías defendiendo a quien no tendría excusa. Aunque Yahvéh podía perdonar el adulterio, como se cuenta de David, las leyes judías eran implacables al respecto. Tal hubiera sido el caso si José denuncia públicamente a María cuando lo sorprende su embarazo. Pero no acudió a lo que la ley le permitía, pues desde el compromiso matrimonial mismo, estaba obligada a la fidelidad. Jesús habría ampliado la noción de adulterio cuando expresa: «Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido comete adulterio» (Lc 16:18). Las leyes de Moisés permitían el divorcio en caso de adulterio. Las enseñanzas de Jesús respecto al adulterio han tenido al menos ocho interpretaciones diferentes, algunas que ya existían en la época, por las diferencias entre la escuela de Shammai (rigorista) y la de Hillel (laxista). De la mujer del evangelio de hoy, no sabemos en qué tipo de adulterio habría incurrido. Quienes la llevan ante Jesús aseguran que la encontraron en flagrancia y parece ser una multitud.
De la escritura de Jesús en la arena, dos veces mencionada, argumentan algunos que junto con la pregunta frecuente ¿no habéis leído en las Escrituras? y la lectura de Isaías en la sinagoga, Jesús habría aprendido a leer en la escuela pública en que se había convertido la sinagoga. En semana era escuela de infantes y el sábado de adultos. Para algunos la sinagoga sería la primera escuela que hubo en la humanidad, adelantándose con mucho a las escuelas cristianas que aparecen tardíamente en la Edad Media en abadías y catedrales. Jesús no puede (ni quiere) probar la inocencia de la mujer, ni la mala fe o deseo lujurioso de los acusadores, alejando el caso de los posibles tribunales. Se enfrenta con la misma ley de Moisés, buscando la gracia, que permita salvar a la mujer. Es el espejo de la conciencia de sus acusadores. Es diferente al caso de Susana en donde se busca desmentir a los testigos.
El profeta Oseas había dicho que Yahvéh perdonaba a Israel que había adulterado. La fidelidad de Israel a Yahvéh como la fidelidad de la iglesia a Cristo no siempre es tan evidente. Casta y meretriz es llamada la iglesia en varios escritos antiguos, entre ellos Agustín. El relato parece más para demostrar que los asistentes no tienen autoridad moral para juzgar a la mujer porque forman parte del problema. La prostitución, era tan conocida en Israel como lo es hoy en todos los países e igualmente que muchas mujeres son compelidas a ello por la sociedad misma. Si es un pecado, lo es tanto social como personal. Así como los asistentes no se atreven a condenar a la mujer, tampoco lo hace Jesús. Al fin y al cabo los jueces condenan en nombre de la sociedad. Pero más allá del adulterio está el perdón. Entendido el relato como una parábola de perdón, indicaría que el día en que todos nos consideremos pecadores podremos perdonarnos mutuamente. Ante el prerrequisito de Jesús «¡quien esté limpio que tire la primera piedra!», todos los jueces se van, uno tras otro, reconociéndose pecadores, confesando así su propia culpa.
Teóricamente Jesús podría condenarla, pues según el evangelio de Juan y las cartas de Pablo, él no tiene pecado; pero su inocencia se define más bien como perdón: «¡Tampoco yo te condeno, vete y no peques más!». De esta forma se enfrentan y distinguen la ley que se mantiene matando a los culpables y la gracia capaz de crear un nuevo ser. Por nosotros mismos tenemos mucha dificultad en superar el sistema legal, a no ser que irrumpa en nuestra vida una experiencia más alta, como la de Jesús; tanto la mujer acusada como los acusadores estaban atrapados en un mismo sistema de justicia. Jesús, en cambio, estaba “atrapado” por el don del amor, la misericordia y del perdón. En el Antiguo Testamento el profeta Oseas, muestra a Yahvéh como un marido engañado (cornudo) que ama de tal forma a Israel, como mujer adúltera, que la perdona para iniciar una nueva historia de amor. Cada año, en la fiesta del Yom-kippur, perdonaba a todo el pueblo. El problema del adulterio nunca se ha resuelto con la muerte, la violencia o el castigo. Hoy como ayer sigue presente. La solución del problema del adulterio no es la muerte de los posibles culpables, sino la conversión de todos que pasa por el perdón. La adúltera apedreada no pasaría de chivo expiatorio de un mal que implicaba a muchos y quizás a todos. Por buscar Jesús vivir de esta manera, varias veces fue amenazado de ser apedreado. Prefería sufrir las piedras que tirarlas.