Agosto 11, 2019: Apuntes del Evangelio

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Por: Luis Javier Palacio S. J.

Son propias de toda ser de la creación, incluso los animales, pero en éstos se satisfacen con los límites impuestos por su biología y sus instintos. En el hombre, en cambio, no tienen límite para su satisfacción. Las tres son derrotadas por Jesús en las tentaciones del desierto, representadas en dominar los reinos del mundo, cambiar piedra en pan, arrojarse desde el alero del Templo. Tales pasiones no pueden ser erradicadas. Por el contrario, su satisfacción dentro de ciertos límites, es indispensable para la dignidad humana. Tener lo necesario, cierto poder o autonomía en el actuar, un saber congruente con su estatus personal y social. El evangelio ofrece, contra las tres pasiones, la manera de contrarrestar su desbordamiento. Contra la pasión por poseer (acumular bienes) predica el evangelio el compartir. Contra la pasión por el poder (más allá de lo necesario) predica el servir. Contra la pasión por saber (siempre desafiada por nuevas preguntas) propone el poner los carismas o talentos al servicio de la comunidad. Algo de esto se vivió en la primitiva comunidad cristiana, como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles, cuando ningún creyente pasaba necesidad pues los bienes se ponían al servicio de todos. Igualmente cuando eligen los diáconos (diácono significa servidor) para atender a las viudas griegas. También cuando se enumeran los carismas, todos al servicio de la comunidad. Como dice el teólogo José Ignacio González Faus, nunca se debió adoptar el término de jerarquía (gobierno de los santos) sin dularquía (gobierno por el servicio). Jerarquía entraña poder y el evangelio no es de poder sino de autoridad; algo que la persona se gana por su estilo de vida, a la manera de Jesús. Ha habido grandes personajes con mucha autoridad y sin ningún poder y viceversa, grandes poderosos sin autoridad ninguna.

El evangelio de hoy resume los tres mecanismos antes mencionados para contrarrestar las pasiones desbordadas. Jesús invita a repartir los bienes y no ambicionar tesoros que encadenen el corazón. El tesoro en el reinado de Dios (cielo) es responder a la hipoteca social de los bienes. Como decía Agustín de Hipona: lo que te sobra no es tuyo, le pertenece al pobre. Juan Crisóstomo, comentando la escena del granjero insensato, dice que el mejor granero del rico es el estómago del pobre. Son innumerables los textos del evangelio que advierten sobre la esclavitud que crean las riquezas, para sí mismo (como el joven rico que se marcha pesaroso) y para los demás (como el que deja morir a Lázaro de hambre).

En el segundo ejemplo o parábola del evangelio de hoy se nos habla del siervo que está presto a cuando llegue el señor del banquete de bodas. El ejemplo de hoy nos resulta un tanto chocante pues somos más sensibles que entonces a una sociedad con siervos y señores; somos más conscientes (al menos teóricamente), de la igualdad de todos los seres humanos. Pero obviando tal escrúpulo, podemos ver que es el mismo señor el que termina sirviendo a sus siervos. Es lo que expresa Pablo al hablar de la encarnación por la cual Dios se hizo hombre y esclavo. Como decía Juan de Cruz: “Dios no se hizo hombre para que le sirviéramos sino para servirnos”. «Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre» (Fil 2:7). La liberación de Egipto la concebían los judíos como el paso de una esclavitud detestable a una esclavitud deseable. Pasaron de ser esclavos del faraón, con sus excesos, a ser esclavos de Yahvéh con sus delicias. De Yahvéh sí que valía la pena ser esclavo. Así, en hebreo, la expresión esclavo de Yahvéh se vuelve sinónimo de hijo de Yahvéh (eved YHWH, eh hebreo). Este calificativo no se aplicaba a una persona en particular sino a todo el pueblo. Jesús transcurre su vida en el servicio a los demás, como hombre para los demás.

Jesús pide a sus seguidores estar preparados en el servicio para cualquier momento en que llegue el señor. Esto supone que los creyentes, esperando un fin pronto, habían sido influenciados por la literatura apocalíptica. Pero a la vez, es la manera, vivir en el servicio o haciendo el bien, como se desvía el interés del fin al presente. Como si dijera: mientras llaga el fin, mientras tengamos tiempo, hagamos el bien. La angustia por el fin desaparece. En el evangelio de Mateo no es tan clara esta superación del temor al fin. La razón parece haber sido la destrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén, por Tito Flavio, que entendieron como condena a Israel y el fin del mundo como salvación de los creyentes. En Pablo, que escribe antes de dicha destrucción, la evolución sobre su idea del fin es más patente. El fin no debe preocupar a los cristianos para quienes todo tiempo es tiempo de salvación (kairos, en griego). El tiempo de salvación puede o no coincidir con los acontecimientos civiles que tienen su propia lógica. Una lógica regida por las ambiciones humanas. En este caso, por la ambición romana de aplastar cualquier rebeldía contra el imperio por parte de Palestina. El Hijo del hombre no vendrá porque nunca se ha ido, es la idea del evangelio de Juan. Jesús en la cruz entrega su Espíritu, que es el Espíritu Santo enriquecido con el Resucitado. Ahora nos acompaña para siempre.

El tercer principio, ya no como ejemplo o como parábola es claro: «A aquel a quien mucho se le dio, mucho se le ha de exigir, y al que mucho se le ha confiado, mucho más se le ha de pedir». En la vida cristiana nada es para sí mismo, empezando por la gracia. Ésta se experimenta como haberla tenido cuando se ha dado. Me experimento salvado cuando he salvado al otro (o los otros). Así, cualquier capacidad humana (ilustrada por las parábolas de las minas y los talentos) no es para guardarla ni bajo tierra ni en un pañuelo. Es para que fructifique en bien de los demás. En la plena Edad Media se debatía si quien enseñaba podría cobrar por lo enseñado. La respuesta de los teólogos fue bastante creativa y extraña para el mundo moderno. No podía cobrarse porque el saber pertenecía a Dios quien lo había dado para darlo. Quien sabía algo (técnica, oficio, literatura, poesía, ciencia, filosofía, teología, espiritualidad, etc.) debía darlo gratuitamente a los demás. En las primeras universidades europeas la enseñanza era gratuita, como la universidad pública de hoy. La privatización del saber, con patentes, copyright, regalías, licencias, franquicias, etc., no tiene más de doscientos años de antigüedad y ha resultado un impedimento para universalizar el saber. Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica, opina que los hackers de hoy son los buenos samaritanos del evangelio. Los que buscan que el conocimiento esté al alcance de todos. Saber o tener aptitudes excepcionales es un regalo para la humanidad y no un capital privado para explotar. En el campo médico es dramático que mientras las farmacéuticas de enriquecen la gente muera o sufra por lo que tiene remedio. Los carismas en Pablo con la persona misma cono lo que tiene y puede y todo esto debe estar al servicio de la comunidad que es el cuerpo de Cristo.