Abril 6, 2017: Apuntes del Evangelio

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Por: Luis Javier Palacio S. J.

Juan 8:51-59, jueves, abril 6 de 2017

En el judaísmo, y en el Antiguo Testamento, no hay propiamente información ninguna sobre la vida luego de la muerte; pero hay muchos principios sobre la vida y su calidad. La muerte es aceptada como connatural a la vida como don de Dios, por lo cual no puede acortarse ni la propia ni la ajena; hay respeto por el cuerpo y los cadáveres de los difuntos. El hombre sale y vuelve al polvo. Sobre la supervivencia del espíritu (ruaj) que pertenece a Dios, el pensamiento es confuso, pues tiene una existencia oscura en el Sheol. Se prohíbe el espiritismo, la necromancia, invocar a los muertos y el culto de tumbas o difuntos. Los justos resucitarían para ver el nuevo reino de David al final de los tiempos, para volver al lugar del silencio según el libro de Daniel. Con el surgimiento del cristianismo y sus contactos con el pensamiento griego, también el judaísmo empieza a cambiar sus ideas y aparece la supervivencia y retribución post-mortem. En la Edad Media el teólogo judío-español Maimónides incluye la resurrección y el premio y castigo entre los 13 principios de la fe judía. La muerte, tan frecuente en la Edad Media por las plagas y pestes, se explica como consecuencia del pecado, tanto la física como la espiritual . En el judaísmo original solamente la muerte prematura (por ejemplo de niños) o por violenta era considerada causada por el pecado, pero morir anciano y lleno de hijos era bendición de Yahvéh. De la filosofía griega nos viene la inmortalidad del alma y la muerte como la separación del cuerpo y el alma y ésta no se reencuentra jamás con igual cuerpo. Aunque mucha teología cristiana se expresa en similares términos, la idea equivalente no es la inmortalidad sino la resurrección, vida eterna, vida en Dios, vida verdadera. Es decir, que la “otra vida” está en unión indisoluble con “esta vida”. Pare el griego la muerte del justo era un premio y deseable pronto porque se volvía al mundo de las ideas que era el mundo natural del alma; en el cristianismo, es la posibilidad de seguir haciendo el bien eternamente. Lo importante de la enseñanza cristiana es que tenemos vida y vida abundante por Cristo y que el pecado ha sido sobre abundado (ahogado) por la gracia. De este modo, el desafío biológico de la muerte pasa a ser objeto de la medicina y el desafío de la vida cristiana objeto de la fe, los evangelios, la teología. Podríamos sintetizar diciendo que la muerte física de Jesús fue por razón de su existencia y luego de la resurrección tal existencia es el triunfo del cristiano sobre la muerte. El cristianismo recoge así la riqueza del judaísmo respecto al valor de esta vida complementándolo con la confianza en la vida eterna. «El que guarda mi palabra (logos), no morirá jamás» teniendo en cuenta que en Juan lo que se encarna es la Palabra, no es muy diferente de lo afirmado a Marta en el diálogo a raíz de la visita de pésame por la muerte de Lázaro: «Todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11:26). Habiendo entrado la acusación a Jesús de que esta endemoniado por lo que decía, aquí el demonio (uno de los varios nombres que personifican el mal, como satanás y belcebú) es sinónimo de muerte o padre de la muerte. Varias veces ha aparecido en estos comentarios que para Juan el pecado por excelencia es la muerte del hermano a manos de otro ser humano (relato de Caín y Abel). Que Jesús pueda liberar del reino del mal es equivalente a que puede liberar del reino de la muerte, de esa profunda que es la espiritual. Los oyentes incurren en el frecuente equívoco joánico de reducir la muerte a la biológica y por ello objetan que ni siquiera Abrahán fue librado de la muerte. Citar a los profetas es una ironía pues no murieron de muerte natural sino violenta con lo cual el pecado era de sus asesinos y no de las víctimas. Decir que Abrahán se alegró con la venida de Jesús es volver a buscar explicarlo con las categorías deficientes del Antiguo Testamento con una nueva interpretación de la risa de Abrahán como de alegría y no de duda. Verdad es que en la literatura marginal del judaísmo existía la idea de que personajes como Henoc y el profeta Elías habían sido arrebatados directamente de la tierra al cielo sin sentir el sinsabor de la muerte. Algo de eso aparece en la concepción popular de la Asunción pero el lenguaje utilizado en su declaración es bien cuidadoso al respecto. Pío XII define en la Bula Munificentissimus Deus, del 1 de Noviembre de 1950: «La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplió el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.» Por un lado afirma que cumplió el curso de la vida terrestre que incluye la muerte, por lo cual durante siglos se habló de la tumba de María en Efeso y la Iglesia Ortodoxa de la “dormición de la Virgen”. Por otro lado afirma la esperanza de los creyentes de que la resurrección no es a la griega del alma sino de la totalidad del ser humano, que es lo que afirma igualmente Pablo. Los dogmas marianos, adquieren sentido en relación con Cristo, con los creyentes, con la concepción del ser humano. La Asunción supera la idea de la muerte física como castigo, pues aunque María fuera preservada del pecado original, no fue liberada del hecho biológico de la muerte corporal; luego ésta no es castigo del pecado original, que era el debate medieval . Jesús rechaza el reproche de la desmesurada supervaloración de sí mismo y remite todo al Padre como es lo corriente en este evangelio. Es el propio Padre el que honrará y glorificará y no espera que lo hagan los judíos ni lo espera de propiamente de los creyentes. No pretende hacer valer una pretensión personal, sino una pretensión de Dios Padre. Jesús siente que los judíos, si interpretan bien sus Escrituras y profetas, no debían tener objeción en aceptar su mensaje. En realidad el “ajuste de cuentas” con el Antiguo Testamento es complejo para los cristianos y quien mejor hace tal balance es Pablo sin que sea completo. Jesús es judío, pero un judío marginal y su interpretación de las Escrituras a veces coincide y a veces difiere con las interpretaciones de la época. Hay ironía frente a los judíos en el evangelio de Juan pues atribuye la no aceptación al deficiente conocimiento. Ya se ha comentado que este evangelio ha sido acusado de anti-semita. Para los creyentes, Jesús es el revelador definitivo de Dios pero no así para los judíos. Pero los creyentes esperamos la plena manifestación del reinado de Dios como los judíos la esperan de su mesías. La diferencia no es tan tajante. Jesús mantiene su posición hasta el final y la confirma con su muerte que para Juan es su momento de mayor gloria. Por esos los cristianos vemos en la cruz resuelto el dilema muerte-vida y nos echamos encima el deber moral de que la vida sea abundante para todos: creyentes y no creyentes.