Por: Luis Javier Palacio S. J.
El Sanedrín en la época de Jesús, era el remedo de lo que habían sido los jueces en el Antiguo Testamento, es decir quienes juzgaban a nombre de Yahvéh; pero al igual que los jueces a veces ejercían más la MISPAT (aplicación de la norma) que la SEDAQA (justicia pedagógica). Se ocupaba de lo religioso, político, judicial y legislativo y era presidido por el Sumo Sacerdote. El Sanedrín juzgó a Santiago, primer mártir judeo cristiano (el primer mártir etno-cristiano es Esteban). También juzga a Pedro, Juan el Zebedeo y Pablo. En la época de Jesús podía condenar a muerte pero no ejecutar la pena porque estaba reservada a los romanos como invasores. Tenía que convencer a Pilato que Jesús era una amenaza, para lo cual tenían que volver político un tema religioso. Uno de sus miembros es Gamaliel, según el evangelio de Juan, quien trata de defender sin éxito a Jesús. Ante la resurrección de Lázaro, unos siguen a Jesús y otros lo atacan (¿Por execración de un cadáver o de una tumba?) y denuncian al Sanedrín. Los temores del Sanedrín no parecen ser propiamente religiosos sino políticos en este caso: «vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar y con nuestro pueblo» razón en la cual se mezclan los intereses de grupo pues no quieren perder su estatus y poder ante el pueblo: hay que detener el movimiento de Jesús. La autoridad sacerdotal judía estaba controlada por los romanos, que se aseguraban su fidelidad y colaboración, ya muy alejados de los levitas del Antiguo Testamento. De hecho la “entente” entre Caifás y Pilato fue especialmente buena y prolongada. Está muy claro que ambos colaboraron estrechamente contra Jesús y las implicaciones políticas de su predicación, porque ambos poderes (religioso y civil) se vieron cuestionados por ella. Para los creyentes la idea era la contraria, pues si mataban a Jesús dejaba Yahvéh de manifestarse en el lugar del Templo y de tener al pueblo judío como el elegido con exclusividad. Irónicamente esta razón política es la que más rápidamente es desmentida por la historia. Condenan a Jesús para evitar la destrucción romana y hacia el año 70 las tropas de Tito Flavio destruyen Jerusalén e incendian el Templo. En este sentido, la muerte de Jesús es en vano pues no evita lo que temían. Caifás aparece como quien da esta razón y es llamada profecía, con el error frecuente de que los profetas saben el futuro. Que una persona muera en lugar del pueblo era un tema frecuente en la literatura griega especialmente en la tragedia. Ordinariamente era el mejor quien debía sacrificarse para aplacar a los dioses y sus caprichos. Pero ninguna de esta literatura da cuenta de la muerte de Jesús . La razón dada luego por Juan de que Jesús muere “por” la nación, tiene un sentido teológico no fácil de precisar pues corresponde al griego HYPER que puede ser y se ha traducido “en lugar” de o también “en beneficio de”. En la Edad Media habrá interesante discusiones al respecto. Cuando un padre confiesa “morir por sus hijos” tiene en español un sentido tan amplio que va desde que se sacrifica a diario por ellos hasta que sus hijos le causan la muerte lentamente por sus acciones negativas. En los evangelios sinópticos este juicio del Sanedrín se traslada a los relatos de la pasión o última semana de vida de Jesús en Jerusalén. En Juan es acentuada la idea de que a Jesús no lo traiciona ni lo mata nadie sino que libremente entrega su vida. En el huerto de los Olivos no es reconocido por los guardias y es el mismo Jesús quien se identifica, incluso por dos veces: «Os he dicho que soy yo. Así que, si me buscáis a mí, dejad que se vayan éstos» (Jn 18:8) y acepta la muerte en solitario. En consonancia con esto, es su retirada a la ciudad de Efraín puesto que no ha llegado su hora de la cruz que es su gloria en este evangelio. En Juan los conflicto de Jesús en Jerusalén son reiterados y el primero se da temprano con la purificación del atrio del Templo, pero también con las curaciones del ciego de nacimiento, la piscina de Betzatá, los debates sobre el pan de vida y por último con la resurrección de Lázaro. El Sanedrín está preocupado por todas esas señales sin que pueda determinarse o aislarse una única. El prontuario de Jesús parece abundante para el Sanedrín. En el evangelio de Marcos parece resaltarse el incidente en el Templo, pues termina con el colofón: «Oyeron esto los sumos sacerdotes y los escribas, y buscaban la manera de acabar con él» (Mc 11:18). Es muy creíble la oposición de Caifás, Anás y otros Sumos Sacerdotes a los creyentes hasta el año 62, cuando se recoge el evangelio de Marcos, lo que explicaría por qué no se cita a Caifás por su nombre para evitar conflictos y evitar reforzar que las autoridades judías dieron muerte a Jesús. En el evangelio de Lucas no es claro si el responsable de condenar a Jesús es Anás o Caifás. Como varias veces se ha comentado, la muerte de Jesús no es un caso de novela policíaca y buscar al asesino “deicida” no ha hecho bien ni como persona (Herodes, Pilato, Anás, Caifás, César) ni como grupo (Sanedrín, pueblo, litóstrato, romanos). Brevemente podemos decir que sobre la muerte de Jesús se han planteado las siguientes explicaciones: a) En un momento dado y viendo cómo iban las cosas Jesús tuvo que contar con la posibilidad de su muerte violenta. Entonces la entiende como un servicio para la llegada del reinado de Dios (algo que Pablo desarrolla bien); b) en el judaísmo no existía propiamente la idea de un Mesías sufriente individual (idea griega). Jesús no interpretó su muerte a la luz del Siervo sufriente de Isaías. Esto fue cosa de la Iglesia posterior, tratando de explicarse su muerte; c) Jesús celebró una cena de despedida con sus discípulos, en la que realizó un gesto simbólico con el pan y con el vino, con el que quería expresar el sentido de su vida y de su muerte, que presentía cercana. Celebración recogida por los creyentes como centro de su fe; d) Jesús en el momento de su muerte no se derrumbó, algo mucho más claro en Juan que en los sinópticos. En la teología judía había recursos para afrontar una muerte como la suya confiando en Dios; e) la Parusía del Hijo del hombre o la Segunda Venida del Señor no se basa en palabras del Jesús histórico, sino que son la reinterpretación realizada por la fe post-pascual, de la esperanza en la venida del reinado de Dios. No se trata de elegir una y desechar otras, sino ver que la muerte de Jesús es única y singular, sin precedentes e irrepetible. Al creyente le toca confiar en que su vida, vivida a la manera de Jesús, es igualmente única, singular, sin precedentes e irrepetible pero que termina como la de Jesús en la resurrección. Así la actitud del creyente más que repetir la afirmación de fe “la muerte de Jesús me salva”, es ir más allá preguntándose ¿Cómo me salva la muerte de Jesús? Si él me salvo muriendo yo me salvo muriendo en Jesús: «Si hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él» (Rm 8:6) algo que no compromete solamente nuestra muerte biológica sino a toda nuestra vida.