Marcos 1:40-45, domingo, febrero 14 de 2021
Por: Luis Javier Palacio S. J.
Estamos enseñados a ver el éxito popular de los sitios, ritos y personas que ofrecen alivio o curación para los sufrimientos humanos. El relato de hoy parece una crítica a tal éxito, o mejor, un criterio diferente para juzgarlo. Jesús habría limpiado un leproso de su estigma social y religioso y lo que recibe a cambio es que «ya no podía entrar públicamente en una ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares desiertos». Si el paciente va al sumo sacerdote (el Templo) a Jesús le toca irse al desierto o lugar solitario. Su gesto no le trae admiración y fama sino problemas. La orden de Jesús de no decir a nadie lo ocurrido entre él y el leproso, que no es obedecida, resalta la redacción irónica de Marcos. El leproso se convierte en un predicador de Jesús taumaturgo, función que Jesús rechaza en este evangelio. El relato de hoy, aunque se alinea entre otros relatos de curaciones, tiene algunas características propias valiosas que vale la pena mirar. Jesús despide al enfermo, le exige silencio y hace una referencia a la ley de Moisés. Para algunos comentaristas se mezclan aquí las dos maneras de redactar una curación y una expulsión de demonios. Naturalmente que la lepra no se consideraba producida por posesión demoníaca (aunque hacía al enfermo impuro) sino como un castigo de Yahvéh por la maledicencia. Surgía de tomar el relato de Moisés y su hermana Miriam como explicaciones médicas. «Yahvéh añadió: "Mete tu mano en el pecho." Metió él la mano en su pecho y cuando la sacó estaba cubierta de lepra, blanca como la nieve» (Ex 4:6). «La Nube se retiró de encima de la Tienda, María advirtió que estaba leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba leprosa» (Nm 12:10). Evidentemente que dichos síntomas (como nieve) no serían hoy síntomas de lepra. Tampoco lo es una lepra que daba a casas, ropas, paredes, tiestos de cocina o que se cura con siete baños en el rio Jordán[1].
El adjetivo leproso, que hoy se refiere a quien padece del bacilo de Hansen, abarcaba muchas y diferentes afecciones de la piel en tiempo de Jesús. Las que se consideraban curables, según el Levítico, no tendrían nada que ve con el concepto de hoy. El leproso era un impuro excluido de la sociedad, de su propia casa y por supuesto de la sinagoga y el Templo. Según Flavio Josefo el leproso era concebido como un cadáver. El leproso era un contaminante social y religioso. Jesús se convertía en tal con solo tocar al enfermo. La expresión «si quieres, puedes limpiarme» muestra como la impureza dependía, no tanto de un supuesto diagnóstico, sino de la voluntad de los demás. Que no fuera impuro para Jesús, como luego lo dirá de las comidas, ya significaba algún alivio. Es lo que contesta Jesús: «Sí, quiero. ¡Queda limpio!». Quedar limpio para Jesús no era equivalente a quedar limpio para el sumo sacerdote ni para las asambleas de la sinagoga y el Templo. Jesús es considerado sacerdote, en la carta a los hebreos, de una manera bien diferente al estatus de los sacerdotes del Templo. Se sacrifica a sí mismo en vez de sacrificar animales o de hacer ofrendas en el Templo. Por eso Pablo concibe la Eucaristía como el propio sacrificio del creyente: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12:1).
La tercera edición de la Biblia de Jerusalén (2001), en una lectura crítica, cambia la palabra griega splachnizo (hinchazón de entrañas) por la palabra griega orgizo (encolerizar) dándole el sentido de que Jesús se llena de cólera por la forma como era excluido el leproso religiosa y civilmente. Hinchazón de entrañas es lo que sucede ordinariamente a Jesús antes de tratar a un enfermo en otros textos. Se referiría a misericordia o compasión respecto al enfermo. La cólera se referiría no tanto al enfermo sino a su entorno. Ambos términos parecen posibles, pero evidentemente el sentido es diferente. El pecado social o estructural ordinariamente es obra del victimario, no dela víctima: desprecio o descuido social de la viuda, el huérfano y el extranjero. La actitud profética se refiere a lo social o estructural más que a lo personal o privado. Sin embargo, por siglos la lectura del evangelio ha sido más desde la perspectiva personal y su efecto en lo colectivo. Hoy, se trata de rescatar el sentido de persona como ser de relación y no como individuo. Lo más íntimo de mi propio yo no sería mío sino colectivo. En parte es lo que muestra la siquiatría y el inconsciente colectivo. En los evangelios habría bases para ambas posiciones: convertir al sujeto y convertir la sociedad igualmente, ambos en tensión permanente, en dialéctica constante, pues el referente es extraño a los dos: el reinado de Dios.
Interpretaciones como que Jesús estaría “airado” por la desconsideración del leproso ya que haría a Jesús impuro (como al sacerdote y el levita en la parábola del buen Samaritano) o porque el leproso pondría en duda la voluntad de Jesús para limpiarlo o porque pondría a Jesús en aprietos o, finalmente, “airado” contra la lepra como si fuera un ser animado o contra el enfermo que no guardaría silencio, pintarían a un Jesús preocupado por cumplir las leyes judías al respecto, lo cual no concuerda con otros pasajes y menos en el evangelio de Marcos. Que sintiera disgusto por la fama de taumaturgo contraria a su interés, resulta creíble. En el relato del curado de la mano seca sí dice que Jesús mira airado a la asamblea cuando pregunta: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» (Mc 3:4). Lo cual está en concordancia con la importancia que da a la misericordia por encima de las leyes del sábado.
Limpiar leprosos, como incluye el envío de los apóstoles en Mateo se asociaba al reinado de Dios y el relato sería confirmación de que dicho reinado ha llegado con Jesús. Algo que, como nos recuerda el Concilio Vaticano II se realiza en la dinámica del “ya, pero todavía no”. Discuten los comentaristas sobre el mandato de permanecer en silencio dado al leproso. ¿Será una tradición heredada por Marcos de relatos anteriores o será la propia nota editorial del evangelista o recopilador? Como en otros comentarios se ha dicho ha hecho carrera el interpretar éste y similares mandatos como expresión del “secreto mesiánico” propio de Marcos. La lógica del hecho estribaría en que no quiere Jesús que se le busque por taumaturgo o por mesías a la manera de la concepción judía. Así, es reprendido Pedro cuando no asocia la pasión a su confesión de fe. Presentarse a los sumos sacerdotes aparece igualmente en el relato de Lucas sobre la curación de diez leprosos. Para algunos comentaristas el relato de Lucas es una extensión o re-elaboración de este relato de Marcos, pues Lucas es posterior a Marcos. No es pensable que el mandato de Jesús sea para demostrar que cumple con las leyes de Moisés que prescribían tal certificado de sanidad por parte de los sacerdotes sino más bien para que pudiera re-integrarse a la comunidad de los adoradores de Yahvéh (Qahal). El ostracismo religioso era tan doloroso, sino más, que el ostracismo profiláctico (cuarentena permanente). No ha sido fácil en la tradición entender que las curaciones de Jesús eran expresión de misericordia. Pensarlas como tratamiento médico no hizo avanzar su investigación y su cura. Haber construido y creado lazaretos, leprosorios, hospitales para acoger a los enfermos de lepra y otras enfermedades si fue el modo correcto de entender que lo que Jesús hacía era misericordia; siempre bienvenida y necesaria en cualquier enfermedad.
[1] El relato de Naamán el sirio es un relato de conversión.