Febrero 21: Tentación y gracia

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Por: Luis Javier Palacio S. J. 

En Marcos va Jesús al desierto empujado, impulsado, expulsado, lanzado por el espíritu. Mateo y Lucas usan un verbo más suave: fue guiado por el Espíritu. Es curioso que Marcos ubique las tentaciones a continuación del bautismo en el cual descendería el Espíritu. Ese espíritu que no era sino de Yahvéh. Es decir, que las tentaciones forman parte, como cara y sello, de la manifestación del Espíritu. Jesús es tentado 40 días (cuaresma) como el pueblo vaga 40 años por el desierto. Éste había sido el lugar del encuentro con Yahvéh (en el oasis de Kadesh-Barnea) pero también el lugar de las tentaciones del pueblo. En el desierto las tentaciones son mutuas: Yahvéh tienta al pueblo y el pueblo tienta a Yahvéh. Ir al desierto es una forma de identificar a Jesús con el Bautista, quien pudo pertenecer a la comunidad de los esenios que moraban en el desierto. Tentaciones de 40 días son un cliché de las Escrituras. El diluvio cae durante 40 días y 40 noches; Moisés permanece cubierto por una nube durante 40 días y 40 noches; Moisés estuvo con Yahvéh sin comer ni beber durante 40 días y 40 noches; 40 días dura la exploración del país por Josué; 40 días ayuna Moisés para recibir las tablas de la ley; 40 días y 40 noches camina Elías hasta el monte Horeb; 40 días es el plazo para arrepentirse Nínive; Jesús resucitado se aparecería durante 40 días. El relato de las tentaciones en Marcos es el más escueto pues no habla del contenido de ellas ni de su ayuno allí. La bastan dos versículos pero con una anotación valiosa que tendrá luego varias interpretaciones: «moraba entre las fieras».  Mientras unos verán en las fieras la imagen de las tentaciones, otros verán en ellas el retorno al paraíso terrenal en donde todo sería armonía; o la concreción de la visión de Isaías en la cual el león pacerá al lado del cabrito[1]. En Mateo y Lucas no se mencionan las fieras. El relato que más influyó en los padres de la iglesia sobre la tentación fue el de Adán y Eva aunque hay muchos más en el Antiguo Testamento[2]. Éste no procede por dogmas sino por intentos de explicación de la realidad presente del pueblo judío. En general, podemos decir que el ascetismo judío, siendo una religión basada en la alegría, el disfrute y la fiesta, podía resumirse, de acuerdo con la Toráh, en llevar una vida moderada mientras se participa en el mundo con todas sus luchas y tentaciones. El judaísmo rechaza la ascética extrema y no concibe la santidad como alejarse del mundo. Por eso los monjes de Qumrán, alejados del pueblo, no medraron entre los judíos y se les consideró como un secta fundamentalista y extremista. Es aleccionador el relato de Job quien aunque queda reducido a un estado de profunda agonía y desespero, resiste la tentación de maldecir a Yahvéh así como de aceptar las explicaciones sobre su sufrimiento del Bildad (jurista), Sofar (sabio) y Elifaz (profeta).

Aunque la pobreza fue considerada por el judaísmo una de las peores aflicciones, también la mucha riqueza fue considerada como peligrosa y tentadora: «Cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Dt 8:13-14). La riqueza es una de las grandes tentaciones en toda la Biblia, no porque sea mala en sí misma (intrínsecamente) sino por el daño que produce para y en los demás. En el evangelio el dios Mammón (dinero) es el competidor del reinado de Dios. Adorar a Mamón equivale a la idolatría pues el dinero se convierte en ídolo (fetichismo) que quebranta el mandato de no hacer imagen ninguna del Dios trascendente.

En las tentaciones en Marcos se supone que Jesús sale triunfante aunque no hace alusión ninguna a ello ni al contenido de las tentaciones. Podemos suponer, basados en Mateo y Lucas que se refieren a las tres básicas tentaciones de la naturaleza humana: tener, poder y valer. En el bautismo se habría escuchado la voz: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1:11). Marcos prefiere el término Satanás (nombre del vicegobernador de Persia) en las tentaciones en vez del término griego diablo (disociador). Mateo y Lucas prefieren este último.  En el desierto lo sirven los ángeles, no los cuervos como al profeta Elías. No parece que el servicio fuera con comidas puesto que no menciona ni el ayuno ni el hambre o sed de Jesús. La brevedad y en cierta forma el lenguaje enigmático que emplea Marcos, han motivado que sobre este pasaje se den múltiples y variadas interpretaciones. Todas ellas con el ánimo de alentar a los creyentes en sus propias tentaciones. Al fin y al cabo, todos somos tentados de similar manera: por el desborde de nuestras pasiones de tener, poder y valer. Esperaríamos, sin embargo, un contenido más explícito de las tentaciones de Jesús que fueron tema de debate posterior en las discusiones sobre la doble naturaleza, divina y humana de Cristo; sobre si podía o no pecar. Sin embargo, el clímax de las tentaciones se presenta es en la cruz cuando clama Jesús a Dios porque lo ha abandonado. La tentación en el monte de los Olivos es la tentación por el sufrimiento (pasión). Ahí se pone el triunfo sobre toda tentación posible. En estas tentaciones en el desierto no recibe Jesús daño alguno. Quizás lo que quiere resaltar Marcos es que Jesús no sucumbe a las tentaciones como sí lo hizo el pueblo judío en el desierto, cuando se hizo un becerro de oro para adorarlo. En el evangelio de Lucas aparece más claro que las tentaciones acompañan al hombre a lo largo de su vida, de manera que al final del relato el diablo no es vencido sino temporalmente: «Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno» (Lc 4:13). Como antes se dijo las tentaciones no son algo que nos llegue totalmente de fuera sino que forman parte de nuestra naturaleza. Son mecanismos de supervivencia: un mínimo económico para una vida digna; un cierto poder para realizar nuestras funciones en sociedad; un relativo valer que evite la falta de auto-estima y permita aportar a la sociedad. El mal surge cuando el desborde de alguna de estas necesidades hace daño a los demás o lo complacemos a expensas de los demás. La tentación es la posibilidad de corrupción del deseo natural del ser humano al volverlo ambición egoísta. De ahí que Pablo nombra el mal radical del ser humano con tres palabras griegas: epitymía (pasión), kaujarisma (ambición, orgullo) y pleonexia (apego desmedido); las tres tendencias propias del ser humano, incluso presentes en el mundo animal. Los nombres objetivos que damos al mal (demonio, Satanás, Belcebú, diablo, espíritu malo), tienen el riesgo de que los convirtamos en seres ajenos a nosotros mismos, enemigos nuestros, cuando en realidad expresan nuestra realidad interior humana.

Pablo establece un paralelo entre el Adán de la creación y Jesús el Cristo como nueva y verdadera creación. En su fidelidad a la voluntad del Dios, fidelidad a su misión, no retrocede ni cuando enfrenta la muerte. Así se constituye en el nuevo y definitivo Adán, al igual que los creyentes que son nuevas creaturas. Las tentaciones, pues, nos descubren la complejidad interior del ser humano y por lo tanto de Jesús mismo como verdadero hombre. Compartir lo que se tiene, servir con nuestro poder y poner los propios carismas al servicio de los demás, será la obra de la gracia que vence las tentaciones; las reales y concretas, no las imaginarias.

 

[1] Es la ambigua interpretación que darán en Occidente a las fieras al lado de los monjes del desierto, en las pinturas. Para Oriente era pacifismo, para Occidente lucha desencarnada contra las pasiones, especialmente la lujuria.

[2] Por ejemplo, Caín es tentado por la violencia contra su hermano Abel, antes de asesinarlo.