Marzo 7: Confrontación en el atrio del Templo

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Por: Luis Javier Palacio S. J. 

No es fácil datar cronológicamente muchos de los hechos narrados de Jesús. En los evangelios sinópticos, Jesús sube una vez a Jerusalén para la fiesta de Pascua[1] y allí muere. En el evangelio de Juan habría subido tres veces y de ahí se toma la tradición de que su vida pública dura tres años. Estarían marcados por las tres pascuas que celebra Jesús en Jerusalén: la pascua pre-sinóptica, la pascua de la repartición de panes y la pascua de la muerte. En una reconstrucción más o menos bien fundamentada, la última vez, en Juan, sería para la fiesta de las tiendas o enramadas o Sukkoth (en hebreo), hacia septiembre, y habría muerto para la Pascua (Pesaj, en hebreo). Habría estado pues unos seis meses en Jerusalén y sus alrededores en su estadía final. El evangelio de Juan, a diferencia de los sinópticos, ubica la purificación del atrio del Templo muy al comienzo de su evangelio, lo que los sinópticos ubican muy al final. Mateo lo ubica el Domingo de Ramos y Marcos, el lunes siguiente, en la semana final de su vida. Se especifica que es el atrio pues él no entra al “santo de los santos” a donde solamente el sacerdote podía entrar, probablemente una vez al año cuando pronunciaba el nombre de Yavhéh (YHWH) en la fiesta del perdón nacional o del Yom-kippur. El Templo tendría tres secciones: el atrio de los gentiles y las mujeres, el atrio de los judíos y el “santo de los santos” donde estaba el Kapporet (tapa del arca de la Alianza). En la limpieza del atrio identifica Jesús su cuerpo con el Templo, algo que en los sinópticos hace en la última cena. En Juan, igualmente lo hace en el discurso sobre el pan de vida. Dado que la cronología de los evangelios parece tomada de las fiestas judías, pues no les interesaba tanto el calendario lunar (hoy solar) o civil como el calendario religioso, la purificación del atrio correspondería con la fiesta del Hanukkah o de las luces o dedicación del Templo que suele caer hacia diciembre. «Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón» (Jn 10:22-23).

La relación con el Templo que los cristianos finalmente romperán luego de su destrucción es en el evangelio un símbolo del viejo orden religioso: el sistema sacrificial. Aunque luego se reintroducirá en muchos escritos eucarísticos, los sacrificios quedan abolidos porque son reemplazados por el propio sacrificio. Ni animales ni cosechas son aptas para ofrecer a Dios excepto la propia vida; y no en un altar[2] sino en servicio a los demás. Bueyes, ovejas y palomas eran las diferentes categorías de animales que se sacrificaban como víctimas en el Templo. Voltear las mesas de los cambistas y echar a los vendedores de animales era atacar el sistema sacrificial. Asociar la limpieza del atrio al tema de la resurrección, como lo hace el evangelio de Juan, es mostrar que ya no existirá sino el templo vivo del creyente, como lo expresa Pablo: «¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos santuario de Dios vivo» (2 Co 6:16). El Templo era el corazón de Jerusalén, como la catedral en muchos pueblos y ciudades. El centro de adoración y música (recitación de los salmos), de lo político y lo social, de las celebraciones nacionales y de sus duelos. Era el lugar donde el mayor número de animales vivos y muertos podría encontrarse. Pero sobre todo, era el lugar no donde Yahvéh residía, pues lo hacía en todo el pueblo, pero sí donde se revelaba su nombre (ha-shem), su gloria (kadosh), su santidad (kavod), su cercanía (shekinah). En adelante, todo esto debe manifestarse en el único lugar en donde Dios está vivo: el ser humano. Para muchos allí debía aparecer el Mesías cuando viniera. Jesús, en cambio, considera el Templo corrupto y bajo juicio divino. No cumpliría la función esperada. El Templo había sufrido las vicisitudes de las obras arquitectónicas humanas. Había sido destruido una vez por Nabucodonosor y reconstruido con permiso de Darío de Persia. El nuevo Templo (llamado de Zorobabel) había sido remozado por Herodes el Grande ya hacía 46 años. Con Jesús, la Pascua no se celebraría en el Templo sino en la experiencia de muerte y resurrección de cada creyente. 

Los cambistas tenían como función cambiar las monedas extranjeras –no eran admitidas en el Templo por tener imágenes no permitidas por la ley mosaica– en monedas tirias. En tal cambio cobraban el “gálibo” o 10 por ciento de ganancia. Tal dinero era para las ofrendas y para el pago del impuesto al Templo. Para algunos comentaristas, la limpieza del atrio se relaciona con las bodas de Caná. Aquí, el agua destinada a la purificación es cambiada en vino como fin de los ritos purificatorios. Igual sucedería en el Templo. En el juicio a Jesús en Marcos y Mateo, los testigos afirman haber oído que Jesús prometió destruir el Templo. Los sinópticos hablan de reconstruirlo brevemente. Juan, en cambio, habla de resucitar porque el Templo es su cuerpo. Pablo interpreta que el cuerpo de Cristo es la iglesia[3]. Igual lo expresa el Concilio Vaticano II. El signo que pide la gente en Jerusalén no tiene más que dos posibilidades en el evangelio de Juan: la purificación del atrio y la resurrección. Pero mientas que el primero es público, la resurrección es callada y en experiencias muy personales de los discípulos o del grupo de mujeres y hombres. Alguna literatura judía afirmaba que Yahvéh avalaba las enseñanzas de ciertos rabinos obrando milagros a través de ellos. Pero más de una vez niega Jesús tales signos a la generación a la que llama perversa.

La substitución del Templo aparece clara en el diálogo con la Samaritana. ¿Dónde hay que adorar a Dios: en el monte Garizim o en el templo de Jerusalén? «Créeme, mujer; llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Llega la hora, y es el momento actual, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque esos son, precisamente, los adoradores que el Padre desea» (Jn 4:20-24). Hasta su destrucción, el Templo (año 70) fue para Jerusalén una gran empresa religiosa, económica y política, que según la concepción dominante debía garantizar la salud pública a todo Israel; por lo que un ataque a tal institución era de hecho un ataque al ordenamiento religioso-político vigente. Quizás Esteban y su círculo fueran los primeros en comprender la importancia de la crítica de Jesús al templo en su alcance fundamental. Es exclusivo de Juan que Jesús haga un látigo con cuerdas para el efecto. Sobra advertir que no dice que las use.

En el Apocalipsis aparece igualmente la transitoriedad del Templo en la Jerusalén celestial: «No vi santuario en ella, porque su santuario es el Señor, Dios todopoderoso, y el Cordero» (Ap 21,22). Pero la metáfora del cuerpo resultó, en principio, enigmática e incomprensible también para los discípulos; sólo cuando Jesús fue resucitado de entre los muertos, se acordaron de tal metáfora. Es decir, sólo después de Pascua entendieron realmente que Jesús era el Nuevo Templo. La fe pascual da a la comunidad creyente una mejor comprensión de Jesús. En Juan no se trata del simple Jesús histórico, sino de Jesús ya resucitado que apenas roza la tierra. Parece levitar sobre ella porque tampoco se alejan nunca de ella, igual que recomienda al creyente: estar en el mundo sin ser del mundo.

 

[1] La subida a los 12 años, exclusiva de Lucas, y de niño para la purificación (también exclusiva de Lucas) pertenecen al género midrash que no arroja claridad cronológica o histórica. 

[2] La palabra altar fue tomada del mundo pagano, tanto entre los judíos como entre los cristianos. Hoy se prefiere: mesa eucarística. 

[3] Según el biblista Henri de Lubac, hasta el siglo IX el cuerpo de Cristo es la iglesia. En tal siglo cambió el concepto: el cuerpo de Cristo son las especies eucarísticas y la iglesia es el “cuerpo místico de Cristo”.