Agosto 2: Repartición de panes

Agosto 2: Repartición de panes

Por: Luis Javier Palacio S. J. 

Las seis reparticiones de panes que se narran en los evangelios (dos en Marcos, dos en Mateo, una en Lucas y una en Juan), sufrieron una distorsión con la visión de Tomás de Aquino quien las llamó multiplicación. Palabra que no aparece por parte alguna y en cambio aparecen bendecir, dar gracias, elevar los ojos al cielo, partir, compartir, distribuir, recoger sobras. Quizás sean los relatos con mayor significado social y de compromiso cristiano. Si compartimos lo que tenemos alcanza para todos y sobra. El rico epulón es condenado por no compartir con Lázaro; el joven rico, por no compartir sus bienes con los pobres; se marcha apesadumbrado (deprimido); el granjero insensato que en vez de compartir almacena, no disfruta ni de lo propio; el juicio de las naciones se basa en haber dado de comer al hambriento. La imagen eucarística, que en los llamados relatos de la institución implica el compartir (tomad y comed, tomad y bebed), tiene una expresión comprometedora en palabras de Pedo Arrupe: “Mientras haya gente con hambre, nuestra Eucaristía es incompleta”. Cuando Pablo alude a la Eucaristía de los corintios los reprende: “Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga” (1 Co 11:20-21). Según los estudiosos del tema, tendrían los creyentes primero un ágape (sinónimo de Eucaristía) que era un compartir de bienes, especialmente comida, el cual no se estaba haciendo de manera equitativa. Algo similar había establecido el Deuteronomio para los diezmos y primicias que se compartían en el Templo de Jerusalén con “las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los levitas”. La Eucaristía era una cena en común, donde se expresaba la fraternidad y se sentía la presencia del resucitado. Hasta el siglo X el cuerpo de Cristo era sinónimo de la comunidad creyente, como volvió a ser llamada en el Concilio Vaticano II.

Hay dos textos de la primitiva comunidad cristiana que expresan bien el compartir de bienes como consecuencia de compartir la fe. La Didaché o Doctrina de los Apóstoles dice: “Reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, porque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero?” (Didaché IV). Algo similar anota la epístola a Bernabé: “Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo, y no dirás que las cosas son tuyas propias, pues si en lo imperecedero sois partícipes en común, ¡cuánto más en lo perecedero!” (Epístola de Bernabé XIX, 8). Tal actitud formaba parte de la petición de Jesús: “Haced esto en memoria mía”. Por los debates que suscitó la tesis del monje benedictino Pascasio Radberto sobre la Eucaristía, que termina en la idea de transubstanciación, el cuerpo de Cristo pasó a ser el pan (hoy la hostia que significa víctima y no oblea) y la comunidad creyente pasó a ser llamada “cuerpo místico de Cristo”. Así, pues, cuando Pablo habla de comer el pan y beber la copa del Señor indignamente, no se refiere a un acto piadoso sino al compromiso que la persona adquiere o expresa en la Eucaristía. Lo dice claro en la carta a los romanos: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, os ruego que cada uno de vosotros, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rm 12:1). El sacerdocio cristiano, común con los fieles, no es ofrecer algo sino ofrecerse a sí mismo, a la manera de Jesús.

Vale la pena anotar que ordinariamente a Jesús le piden los necesitados que tenga misericordia de ellos, especialmente los enfermos. En el caso de las seis reparticiones de panes no hay petición expresa de la gente sino motivación misma de Jesús. Aunque las frases varían de relato a relato pueden reducirse a que tiene compasión de la gente. En Marcos y Mateo las reparticiones son tanto a judíos como a gentiles. Los recursos son siempre limitados: cinco panes y dos peces, doscientos denarios, quejas de los discípulos, etc. Sin embargo no permite Jesús que acudan a las soluciones comerciales como ir a los poblados a comprar, o indolentes como despedir a la gente. Por el contrario, conmina a los discípulos a darles de comer con lo poco que tengan o con la creatividad del Espíritu. Como si Jesús nos dijera que el cristiano cabal es el que interioriza el sufrimiento ajeno, lo siente como propio, y esto se convierte en el motivo para su actuación. En los evangelios se refieren a este sentimiento de Jesús como “hinchazón de entrañas” (splachnizomai, en griego).

La forma literaria de las reparticiones de panes y peces difiere de los relatos de milagros. Habitualmente se terminan estos con expresiones de estupor, perplejidad, pasmo, enmudecimiento o expresiones de fe sanadora, con la ambigüedad de esta palabra que significa bienestar espiritual y físico. En los relatos de repartición de panes no aparece esta expresión y en su lugar, claro en Marcos, lo que aparece es que los discípulos no comprenden. Podríamos decir, en forma genérica, que hasta hoy seguimos esperando el verdadero milagro: compartir, abrir la mano a los demás en vez de cerrarla para sí. Con tantos adelantos tecnológicos hemos multiplicado el pan con semillas mejoradas, abonos y fertilizantes, irrigación, cobertizos, maquinaria agrícola, etc. Pero todo esto sin compartir.

En las especulaciones válidas sobre el ambiente del relato[1] de los especialistas, se nos dice que bien el compartir inicial de los cinco panes y dos peces desencadena una cadena virtuosa de solidaridad compartiendo, pues ordinariamente la gente llevaba sus fiambres, o bien Jesús pidió a quienes habían llevado comida que hicieran lo mismo dentro de su grupo, o bien dichas personas, al ver cómo Jesús y sus discípulos repartían su comida, comenzaron por propia iniciativa a abrir sus cestas y a repartir el contenido de las mismas. Suele suceder en las mingas o convites campesinos. El milagro (más significativo aún) consistiría en que las personas dejaran de pronto de sentirse propietarias de su comida y comenzaran a repartirla, descubriendo que había mucho más que suficiente para dar de comer a todos, que no serían tantos “5.000 hombres, sin contar mujeres y niños” dada la demografía de la región y la época. Otra posibilidad que contemplan los comentaristas es que, dado el número pequeño de oyentes, cada uno hubiera recibido un trozo de pan, como se cuenta de Eliseo que alimenta a 100 con 20 panes. La tercera posibilidad que contemplan los comentaristas es que sean relatos claramente eucarísticos y se refieran a la “cena del Señor” en la que la porción o la cantidad son secundarias. Se trata de que todos coman de un mismo pan y compartan la misma copa. Como los sudamericanos beben todos de un mismo mate. El relato de Juan, que llama la repartición de panes la “señal del pan”, revela el relativo fracaso de los signos. Es confundido con el maná del desierto, apegados los oyentes a la realidad material. Jesús les habla entonces de entregar su cuerpo y su sangre (escándalo para los judíos). Tanto las reparticiones de panes como las bodas de Caná, aluden a la abundancia por encima de las mismas necesidades biológicas, pues las siete cestas recogidas de sobras apuntan a los gentiles y las doce a los judíos. Doce, en el lenguaje del Nuevo Testamento, representan a toda la humanidad. Tal parece que la intención de Jesús era que sus seguidores aspiraran a alimentar al mundo entero, no solamente con el pan espiritual sino con el pan material. No sobra repetir el desafío de celebrar la Eucaristía: sobre el altar del mundo, como expresa la encíclica Laudato si´, nos recuerda a Pedro Arrupe: “Mientras haya hambre en el mundo, nuestra Eucaristía será incompleta”. Parodiando a Pablo: Seremos indignos.

 

[1] Sitz im Leben (puesta en la vida) es el término técnico.