Es claro en el Antiguo Testamento que Yahvéh hace una opción por “la viuda, el huérfano, el extranjero”. Con otras expresiones, el oprimido, el débil, el esclavo, el pobre.
- Domingo Noviembre 03 de 2019
- Apuntes del Evangelio
- Luis Javier Palacio Palacio, S.J.
- Ordinario
Cuando, a regañadientes, acepta que Israel tenga reyes, que se vuelven poderosos o sacerdotes del Templo que caen en igual tentación, envía a los profetas para fustigarlos y llamarlos a la conversión. “Misericordia quiero y no sacrificios” para el Templo y justicia al pobre para la monarquía. En el caso de Jesús, en el Nuevo Testamento, es aún más clara la opción por el pobre, el marginado, el excluido por la sociedad y la religión judía. Dios opta por las víctimas; para ellas predica el reinado de Dios y su mensaje es buena noticia para ellas. Así aparece en sus enseñanzas como el sermón del monte, las leyes del sábado en favor del enfermo y el hambriento, su misión a devolver la vista la ciego, el oído al sordo, predicar el año de gracia (era para el esclavo y la tierra enajenada), los niños, los pequeños del juicio de las naciones. La pregunta entonces es ¿en qué sentido el evangelio era buena nueva para los reyes, los príncipes de las naciones, los ricos, los poderosos y sus aliados como los cobradores de impuestos o jefes de cobradores como Zaqueo? Zaqueo significa “Dios se ha acordado”, similar a Zacarías. Para todos el llamado es a la conversión pues todos debían volverse a Dios allí, en el único lugar, donde está vivo: en el ser humano. Aunque incluso el pobre puede victimizar a otros pobres, sin lugar a dudas el poderoso lo puede más y necesita recorrer un camino mayor en la conversión. Enseñado a sacar ventaja de la necesidad ajena para agrandar su riqueza, su poder o su valía, le toca ahora asumir la necesidad ajena hipotecando su riqueza, su poder o su valía. Ningún pensamiento religioso ni filosófico ha podido ofrecer un concepto absoluto en estos tres campos, porque son relativos. Cuando el tener bienes empieza a despojar al prójimo; cuando el poder empieza a oprimir el prójimo; cuando el valer empieza a despreciar al prójimo, entonces se ha llegado al límite de lo aceptable. La razón y muchas veces las mismas leyes humanas, por el contrario, invitan a sobrepasarlo a costa de los demás.
Zaqueo, como jefe de publicanos, es un ejemplo de quien ha acumulado («muy rico») aliado del poder romano invasor. Bajo en estatura era grande en poder. Sin embargo, sentía inquietud por el mensaje de la conversión predicado por Jesús. No era un mensaje amenazante como el del Bautista sino esperanzador, de un reinado nuevo que vendría y ya se expresaba en Jesús mismo. La narración es literariamente, como es usual en Lucas, muy bien lograda con sus elementos espirituales e incluso cómicos como el sicomoro (nuestro brevo), similar a la morera. Con su valor simbólico, se nos dice que se plantaba a la orilla de los caminos para dar sombra y en el reino venidero los judíos se sentarían a tal sombra a leer y meditar la Torah, como dice Jesús que vio a Natanael, en el evangelio de Juan. El profeta Amós se definía a sí mismo como ganadero y cultivador de higos (brevas) silvestres. En una tierra semidesértica como Israel, era muy apreciado el sicomoro y mencionado junto a otras bendiciones como la vid y el olivo. Sus hojas habrían servido de cubierto a la desnudez de Adán y Eva. Se usa también como imagen de Israel, en un episodio un poco oscuro y lamentable de milagro (el único en los evangelios) de castigo para una higuera que se seca con una maldición. Riñe con el mandato de bendecir y no maldecir. La literatura bíblica no es de coherencia total como anónima que es. Añade, para exculpar a la higuera: «es que no era tiempo de higos» (Mc 11:13).
En el relato, Zaqueo entra a revisar su vida y a sensibilizarse por los pobres y aquellos a quienes ha defraudado. Es un relato exclusivo de Lucas que pasa por el evangelista del perdón y la misericordia, elementos claves relacionados con la conversión. Si Zaqueo era judío (pues es llamado “hijo de Abrahán”) ser jefe de publicanos sería una vergüenza social. Era trabajo de vendidos a Roma. Si Jesús no lo margina o minusvalora por ello tampoco lo avala. Debe convertirse como todos. Aparece ésta en la decisión ética y económica que toma. Un judío, para ser jefe de recaudadores de impuestos, compraba el cargo a Roma y le permitía sacar su propia ventaja económica. Jericó era una ciudad próspera y comercial. Era una profesión criticada por los fariseos porque los recaudadores estaban en permanente contacto con extranjeros y con monedas profanas, mientras que el pueblo veía en ellos unos esquilmadores. Mateo, telonero, podría ser súbdito de Zaqueo.
En el relato es Jesús quien toma la iniciativa. No lo invita Zaqueo a su casa sino que Jesús se auto-invita. Así aparece también en algunas curaciones que hace Jesús sin que se lo pidan expresamente. Zaqueo tendría la enfermedad del dinero, como el joven rico que Jesús fracasa en curar. Zaqueo sería un ejemplo de éxito. Lo que Jesús consigue, como en otros casos de curaciones, es la crítica de la gente por hospedarse en casa de un pecador. Zaqueo no lo niega sino que se compromete Aunque su riqueza podía ser legal —según las leyes de entonces— no era justa. No tenía en cuenta el punto de vista de las víctimas, de los que había defraudado. Precisamente la muerte de Jesús y su resurrección, eran la revelación de la sabiduría de Dios que no era otra que la sabiduría de la víctima; Pablo la llama la “sabiduría de la cruz”, necedad para los judíos y locura para los griegos. Mirar y entender el mundo desde las víctimas es mirarlo con los ojos de Jesús: «Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado». En el evangelio de Lucas quien no renuncie a sus apegos materiales no puede entrar en el reinado de Dios. La escena de Zaqueo repartiendo sus bienes nos muestra que a Jesús le hemos de seguir compartiendo. Como el ciego Bartimeo tiene que superar el obstáculo de la multitud que acompaña a Jesús, así también el jefe de publicanos. El ciego grita, el publicano trepa al árbol, que tiene sus ramas extendidas. Zaqueo no se cuida de su cargo, no teme el ridículo de su parapeto ni las miradas sarcásticas y hostiles de los que lo conocen. Entrar en contacto con Jesús le importa ante todo. Tampoco la predicación de Jesús parecía destinada a personas como Zaqueo. Los ricos debían ser evangelizados por los pobres, los poderosos por los oprimidos, los reyes por sus súbditos maltratados. Pero sucede lo que significa su nombre: “Dios se ha acordado”. Entra en los evangelios como una muestra, escasa por cierto, de que los ricos también tienen posibilidad de conversión. Igual que todos, volviendo su mirada al necesitado, a la víctima.
Un judío piadoso no se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores públicos. La forma de predicar y de salvar de Jesús escandaliza a más de uno que pensaba en términos únicamente de cumplimiento de la ley o seguimiento de la Torah. Pero la vida de quienes son esclavos del dinero puede ser ajustada a la ley. Para el evangelio, no obstante, son vidas perdidas, sin compasión hacia los que sufren. Jesús no quiere que el rico eche a perder su vida. Ciertamente, Jesús se acerca a todos ofreciendo la salvación. Pero no de la misma manera. Y, en concreto, a los ricos se les acerca para salvarlos antes que nada de sus riquezas, de su esclavización por ellas. Luego de las palabras de Zaqueo y su compromiso de compartir y devolver lo defraudado, Jesús pronuncia que ha llegado la salvación a la casa de un hijo de Abrahán. Algunos rabinos enseñaban que toda persona que sea misericordiosa es descendencia de Abrahán. De alguna manera Jesús hace realidad buena parte de los anhelos del Antiguo Testamento y amplía la lista de quienes debemos y podemos socorrer.