II domingo de Pascua. Ciclo A - Abril 19 de 2020
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes». Como el Padre me envió, así yo los envío.» Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Juan 20,19-31).
La Fiesta de la Divina Misericordia fue establecida en el año 2000 por san Juan Pablo II, quien fijó como fecha para su celebración el II Domingo de Pascua. La devoción a la Divina Misericordia que comunica Cristo resucitado fue promovida por la religiosa polaca María Faustina Kowalska (+1938), quien vio a Jesús que la invitaba a difundir su disposición a perdonar a todo pecador que confíe en su amor infinito. Ya las dos primeras encíclicas del papa que la canonizó en el 2000, tituladas Redemptor hominis (Redentor del ser humano) y Dives in misericordia (Rico en misericordia), habían enfatizado la misericordia divina. Lo mismo la primera de Benedicto XVI (Deus Caritas est -Dios es Amor-). Y la misericordia divina ha sido el tema central del papa Francisco, quien proclamó el Año de la Misericordia (2016) con la bula Misericordiae vultus (el Rostro de la Misericordia), reconociéndole este título a Jesús. En el Salmo 118 (117) repetimos: eterna es su misericordia; en la segunda lectura, la 1ª Carta de Pedro (1,3-9) comienza alabando a Dios por su gran misericordia que nos abre a la esperanza en virtud de la resurrección de Cristo, y el Evangelio presenta al Señor resucitado instituyendo el sacramento de la Reconciliación, signo eficaz de esa misma misericordia de la cual hace instrumentos a quienes serán dispensadores del perdón de los pecados: Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados.
Propongo además para nuestra reflexión tres frases que se encuentran en las lecturas bíblicas de hoy:
1. Dichosos los que crean sin haber visto (Evangelio de Juan 20, 19-31)
Los relatos de apariciones de Jesús resucitado nos remiten a experiencias de fe. Y aunque emplean imágenes que corresponden a ver, oír y tocar, se refieren a una realidad espiritual. Por eso presentan a Jesús entrando de improviso en un recinto cerrado y luego desapareciendo, y realizando acciones que les permiten reconocerlo, pero con una vida diferente de la anterior su muerte, no condicionada por la materia.
En su encuentro con el apóstol Tomás, la referencia a las heridas significa que se trata del mismo que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia distinta. La frase de Jesús -Dichosos los que crean sin haber visto- y la de la Carta de Pedro -Ustedes no han visto a Jesucristo y lo aman, no lo ven y creen en Él-, se cumple en nosotros cuando reconocemos la presencia de Cristo resucitado y decimos Señor mío y Dios mío.
2. Una nueva vida, que la resurrección de Jesucristo muestra ya en esperanza (1ª Pedro 1, 3-9)
La Carta de Pedro nos invita a la esperanza fundada en la resurrección de Cristo, viviendo con alegría en medio de las dificultades presentes: Por eso estén alegres, aunque por un tiempo tengan que ser afligidos. Este gozo pascual se manifiesta especialmente al celebrar la Eucaristía, como se cuenta en los Hechos de los Apóstoles: Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Así debe ser no sólo nuestra celebración eucarística, sino también nuestra vida: un testimonio vivo de alabanza gozosa a Dios, como en los principios de la Iglesia.
En el Evangelio encontramos tres veces el saludo de Cristo resucitado, la paz esté con ustedes, a sus discípulos sumidos en el miedo (con las puertas bien cerradas, por miedo a las autoridades religiosas judías que lo habían hecho morir). También nosotros, en medio de las situaciones que nos producen temor, podemos recibir la paz que nos da Cristo resucitado y que en la Eucaristía nos deseamos mutuamente. Una paz que es posible en la medida en que cada cual desarme su corazón, para que todos nos reconciliemos y nos abramos con optimismo a la construcción de una sociedad en la que podamos vivir con gozo como hijos de Dios.
3. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47)
A partir de su fe pascual, los primeros cristianos formaron una comunidad basada en el ágape, que en griego significa la disposición desinteresada a compartir, y que describe en el Nuevo Testamento lo que es Dios (Dios es amor -Ágape-: 1 Juan 4, 8.11.16). Ágape se suele traducir también como caridad. Una caridad genuina, distinta de la beneficencia asistencial sin compromiso con la construcción de un nuevo orden social que acabe con la injusticia social. Ese ágape de los primeros cristianos era testimonio del mensaje pascual. Ahora nos corresponde también a nosotros asumir el compromiso de realizar lo que significamos en la Eucaristía al partir el pan, com-partiendo como hermanos la mesa de la creación.
Conclusión
Invocando la intercesión de María Santísima, “Madre de la Misericordia” -como le decimos en la Salve-, pidámosle al Señor resucitado que, con la fuerza del mismo Espíritu que Él infundió a sus discípulos, acreciente en nosotros la fe pascual, nos ayude a confiar siempre en su amor infinito y nos disponga a cumplir el compromiso de comunicarlo en la práctica sincera y auténtica de la caridad fraterna.