Junio 14: Corpus Christi, solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo

Junio 14: Corpus Christi, solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

1ª Lectura (Deuteronomio 8, 2-3): Terminada la travesía del desierto, dijo Moisés al pueblo de Israel: “Acuérdense de todo el camino que el Señor su Dios les hizo recorrer en el desierto durante cuarenta años, para humillarlos y ponerlos a prueba, a fin de conocer sus pensamientos y saber si iban a cumplir o no sus mandamientos. Y aunque los hizo sufrir y pasar hambre, después los alimentó con maná, comida que ni ustedes ni sus antepasados habían conocido, para hacerles saber que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de los labios del Señor”.

2ª Lectura (1ª Corintios 10, 16-17): Cuando bebemos de la copa bendita por la cual bendecimos a Dios, participamos en común de la sangre de Cristo; cuando comemos del pan que partimos, participamos en común del cuerpo de Cristo. Aunque somos muchos, todos comemos de un mismo pan, y por esto somos un solo cuerpo.

Evangelio (Juan 6, 51-58): En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. La persona que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en ella. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, quien me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de los antepasados de ustedes, que lo comieron y murieron; quien come de este pan vivirá para siempre».

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo comenzó a celebrarse en el año 1246 en la ciudad belga de Lieja y fue extendida a partir de 1264 por el papa Urbano IV a toda la Iglesia occidental para proclamar la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Era preciso reafirmar esta verdad de la fe en contra de quienes negaban esa presencia diciendo que la misa era sólo un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor.

 

1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento

Como sacrificio, la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Y como sacramento, es el signo de la presencia y acción de Jesús que nos alimenta al comunicarnos su propia vida entregada y resucitada.

La Palabra de Dios -que es el mismo Jesús- nos nutre no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida, estando siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de la reserva de las hostias consagradas que después de la Misa son guardadas en el Sagrario, para nuestra adoración constante y para la comunión de quienes no han podido participar presencialmente en la celebración de la Eucaristía.

 

2. La Eucaristía es presencia real de Jesús

La presencia de Cristo en la Eucaristía es real. Pero esta realidad es la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esto es precisamente lo que nos enseña el Evangelio con el Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes. En los versículos siguientes Jesús explica que las palabras que ha dicho “son espíritu y vida” (Juan 6, 63), refiriéndose al sentido de lo que Él quiere significar cuando dice: “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, evocando el maná, aquél “pan bajado del cielo” con el que, como lo cuenta el libro del Deuteronomio en la primera lectura, Dios había alimentado a los israelitas que caminaban por el desierto hacia la tierra prometida.

Esa presencia suya quiso invitarnos Jesús a reconocerla en las especies de pan y vino consagradas con el rito que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran en conmemoración suya. En este sentido, el pan y el vino, en virtud de la consagración así realizada, gracias a la acción del mismo Espíritu Santo por cuya obra y gracia la Palabra se hizo carne en el seno de María, se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre, es decir, en la vida entregada y resucitada de Jesús.

En este tiempo de pandemia por causa del coronavirus, al estar las iglesias cerradas, muchas personas no pueden recibir físicamente la comunión. Pero sí podemos todos unirnos virtualmente en la celebración de la Eucaristía y en la adoración al Santísimo Sacramento, recibiendo incluso a Jesús en lo que se denomina la 'comunión espiritual'. Esperamos, sin embargo, volver pronto a la posibilidad de la comunión 'en físico', que de todas maneras tiene un sentido que trasciende lo material.   

 

3. La Eucaristía es signo de comunidad

Al partir y comer el mismo pan, y al beber del mismo cáliz, compartiendo así la presencia de Jesucristo que se nos comunica alimentándonos con su vida resucitada, su Espíritu Santo, si lo dejamos actuar, nos une en un solo cuerpo, nos hace una comunidad de amor que celebra y vive unida la “Acción de Gracias”, que es lo que significa en griego la palabra “Eucaristía”.

Así les sucedió a sus primeros discípulos y así también quiere Jesús que nos suceda a nosotros cuando en la Misa Él se hace presente y nos alimenta con su Cuerpo y Sangre gloriosos, para hacer de nosotros un solo cuerpo. Lo dice el apóstol Pablo: Todos comemos de un mismo pan, y por esto somos un solo cuerpo.

 

Conclusión

El papa Francisco en una instrucción sobre la Eucaristía propuso esta reflexión: “El sacerdote que preside la celebración dice «Levantemos el corazón». No dice «Levantemos nuestros móviles». (…) A mí me da mucha pena cuando celebro aquí en la plaza o en la basílica y veo muchos teléfonos levantados (...). ¡Pero por favor! La misa no es un espectáculo; es encontrar la pasión y resurrección del Señor. Por esto el sacerdote dice «levantemos el corazón» (…). Los sacramentos, y la celebración eucarística de forma particular, son los signos del amor de Dios, los caminos privilegiados para encontrarnos con Él.”

Así, pues, vivamos esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo con nuestros corazones levantados, es decir, con toda nuestra atención orientada a la adoración de su Amor infinito que se nos hace presente en el altar para estar con nosotros como lo prometió antes de su ascensión, y que nos entrega su vida como alimento espiritual para que podamos proseguir el camino de nuestra existencia hasta cuando nos encontremos eternamente con Él en la gloria. ¡Que así sea!