Agosto 19, 2018: El mensaje del domingo

homilia_gabriel_jaime_pérez

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

Jesús les respondió: “Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. A mí me envió el Padre que da vida, y yo vivo por el Padre; de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, que no es como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. (Juan 6, 51-58).

Nuevamente nos encontramos con el Discurso del Pan de Vida, en el cual Jesús repite varias veces que Él es alimento para la vida eterna. Teniendo en cuenta las otras lecturas [Proverbios 9,1-6; Salmo 34(33); Efesios 5, 15-20], sigamos reflexionando sobre lo que significa para nosotros el sacramento de la Eucaristía, al que se refiere hoy la Palabra del Señor.

1.- La Eucaristía es acción de gracias:

En la Eucaristía le damos gracias a Dios por su Amor. El apóstol san Pablo exhorta en la segunda lectura a los primeros cristianos de Éfeso, en el Asia Menor (hoy Turquía), a que “den gracias sin cesar a Dios Padre por todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. El verbo que emplea corresponde al término griego eucaristía, que significa acción de gracias o alabanza agradecida. En efecto, cuando nos reunimos en la Santa Misa -es decir, en la Sagrada Eucaristía-, le damos gracias a Dios por su amor infinito.

Son varias las expresiones de agradecimiento a Dios en la celebración eucarística. En el himno “Gloria a Dios en el cielo” le decimos: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias”. En el ofertorio, al presentarle el pan y el vino, expresamos nuestra gratitud con una alabanza: “bendito seas por siempre Señor”. En el prefacio -la oración introductoria de la plegaria eucarística central, inmediatamente antes de la consagración del pan y el vino que se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos de Jesús, el sacerdote que preside la celebración invita a la comunidad diciendo: “demos gracias al Señor nuestro Dios”; y después de la respuesta “es justo y necesario”, exclama dirigiéndose a Dios Padre: “en verdad es justo y necesario (…) darte gracias siempre y en todo lugar…”. Luego, en la fórmula de la consagración, el celebrante dice que Jesús, tomando en sus manos el pan y la copa de vino, se dirigió a su Padre “dando gracias”.

En la continuación de la plegaria eucarística, en varias de sus fórmulas, se hace explícita nuevamente la acción de gracias, que a su vez se expresa en el ofrecimiento: “te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia” (fórmula II); “te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (fórmula III). Y en el Padre Nuestro, después del brindis en el que proclamamos el honor y la gloria que debemos reconocerle y darle siempre a Dios, la frase “santificado sea tu nombre” equivale a “bendito seas”, siendo ambas expresiones de reconocimiento agradecido.

2.- En la Eucaristía escuchamos la Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta

La primera lectura nos presenta un texto de la literatura bíblica llamada “sapiencial”. En él la sabiduría personificada invita a quienes quieran salir de la ignorancia y la inexperiencia a que compartan el pan y el vino que ha preparado para todos los que quieran tener vida siguiendo “un camino razonable”.
Ese camino razonable es precisamente el que nos señala la Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta para que podamos llegar a ser eternamente felices. Es el propio Jesús quien nos habla en las lecturas bíblicas que reconocemos como Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero, sobre todo, en la Eucaristía se nos hace presente Él como la Palabra de Dios hecha carne, que se hizo presente y actuante en un ser humano.

Por eso a lo que se nos invita en la Eucaristía es no sólo a escuchar la Palabra del Señor, sino a saborearla para asimilarla hasta el punto de identificarnos con ella. En este sentido, el hecho de “comulgar” significa que la Palabra de Dios no sólo llega a nuestros oídos, sino a lo más profundo de nuestro ser para que sea ella la que dirija nuestra existencia desde dentro de nosotros mismos.

3.- En la Eucaristía recibimos la vida de Cristo, prenda de nuestra resurrección

Jesús insiste en que quien coma su carne y beba su sangre, es decir, quien se alimente de Él mismo, tendrá vida eterna: “Y yo lo resucitaré en el último día”, es la frase que queda resonando en nuestras mentes y en nuestros corazones, para que no sólo la entendamos, sino ante todo la sintamos como dicha a cada uno de nosotros.

A quien recibimos en la comunión es a Jesucristo resucitado, y por eso, cuando en el Discurso del Pan de Vida Él nos dice que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, esta afirmación no corresponde a una realidad de orden material sino espiritual, como lo es el cuerpo glorioso del Señor y como lo será el de todo ser humano que después de esta existencia terrena resucite a una vida nueva y eternamente feliz como la suya.

Démosle gracias entonces a Dios Padre, nuestro Creador, por el don de su Hijo Jesucristo, que se entregó a la muerte en la cruz para hacernos partícipes de su propia vida divina y resucitada mediante la comunión de su cuerpo y su sangre. Y pidámosle que nos disponga a participar constantemente en la Eucaristía con una actitud de reconocimiento agradecido, de escucha atenta para recibir y asimilar su Palabra, y de apertura a la acción de su Espíritu para dejarnos llenar de la vida gloriosa de Cristo, recibiéndolo en la sagrada comunión y obrado en coherencia con sus enseñanzas.