Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Les dijo: --Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla. Vayan ustedes; miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven dinero ni provisiones ni sandalias; y no se detengan a saludar a nadie en el camino. Cuando entren en una casa, saluden primero, diciendo: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, su deseo de paz se cumplirá; pero si no, ustedes nada perderán.
Quédense en la misma casa, y coman y beban de lo que ellos tengan, pues el trabajador tiene derecho a su paga. No anden de casa en casa. Al llegar a un pueblo donde los reciban, coman lo que les sirvan; sanen a los enfermos que haya allí, y díganles: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes.” Pero si llegan a un pueblo y no los reciben, salgan a las calles diciendo: “¡Hasta el polvo de su pueblo, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos como protesta contra ustedes! Pero sepan esto, que el reino de Dios ya está cerca de ustedes.” Les digo que en aquel día el castigo para ese pueblo será peor que para la gente de Sodoma. Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: --¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre! Jesús les dijo: --Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo. Yo les he dado poder a ustedes para caminar sobre serpientes y alacranes, y para vencer toda la fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño. Pero no se alegren de que los espíritus los obedezcan, sino de que sus nombres ya están escritos en el cielo (Lucas 10, 1-12.17-20).
En el relato que nos presenta hoy el Evangelio, Jesús envía no sólo a los doce primeros llamados “apóstoles”, sino también a muchos más discípulos, número simbólico evoca el de los 72 hombres que unos doce siglos antes habían recibido el Espíritu de Dios para colaborar en la misión de Moisés (Números 11, 25). Reflexionemos sobre lo que nos dice hoy la Palabra de Dios, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Isaías 66, 10-14c; Salmo 66 (65); Gálatas 6, 14-18.
1. “La cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos”
Imaginemos los campos sembrados de trigo y cebada en la región de Galilea. Al verlos, la imagen que también contemplan sus discípulos le sirve a Jesús para referirse a la tarea que va a encomendarles a quienes enviará a anunciar la llegada del reino de Dios, es decir, el poder del amor, fruto de una labor de siembra que Él mismo ha iniciado con su Palabra.
Hay que recoger la cosecha, pero faltan trabajadores dispuestos a hacerlo, y por eso Jesús exhorta a sus discípulos a pedirle a Dios que envíe los obreros necesarios. Esta exhortación sigue vigente, sobre todo cuando escasean las personas comprometidas para la proclamación y la enseñanza de los valores del Reino de Dios: la verdad manifestada en la honestidad y la sinceridad, la libertad responsable, la justicia social que implica la compasión por el prójimo.
2. “Miren que los envío como corderos en medio de lobos”
Estas palabras con las que Jesús envía a sus setenta y dos discípulos, podemos considerarlas también dichas a nosotros aquí y ahora, en un contexto en el que la deshonestidad y la corrupción reinantes, así como la violencia en todas sus formas, se constituyen para muchos en motivos de pesimismo paralizador.
Sin embargo, a pesar de todas esas fuerzas adversas, en virtud de nuestra fe y con la energía constructiva del Espíritu de Cristo resucitado, todos somos invitados, por una parte, a poner plenamente nuestra confianza en Dios al emprender la tarea de anunciar su Reino, sabiendo que con su poder somos capaces de vencer las fuerzas del mal; y por otra, a comportarnos siempre a imagen y semejanza de Él, que siendo el Cordero de Dios es manso y humilde de corazón, es decir, evitando toda forma de violencia.
3. “Cuando entren en una casa, saluden primero, diciendo: “Paz a esta casa.”
La palabra “shalom” -paz- expresa en hebreo el deseo del pleno bienestar material, emocional y espiritual para las personas a quienes se saluda y con las que se busca desarrollar una relación constructiva. A esta expresión quiso darle Jesús un contenido muy especial, y así lo percibieron sus discípulos sobre todo después de su resurrección. “Shalom” es el saludo de Cristo resucitado a sus discípulos, y es también el que nos damos inmediatamente antes de la comunión en la Eucaristía.
El tema de la paz aparece constantemente en la Biblia relacionado con el reino de Dios. En los profetas y en los salmos, la paz se anuncia como una promesa que, al cumplirse, realizará el significado ideal del nombre de “Jerusalén”: lugar de paz. Ahora bien, el cumplimiento de esta promesa implica la superación de muchas dificultades. La frase “Voy a conducir a Jerusalén, como un río, la paz”, dicha por Dios en el libro de Isaías, de cuyo último capítulo está tomada la primera lectura, supone nada menos que la subida de un río desde la llanura hacia el monte donde está la ciudad de Jerusalén. Esto significa que, aunque el logro de la paz no es fácil, para Dios es posible. Pero esa posibilidad depende también de la colaboración de todos.
A quienes nos llamamos cristianos -y lo somos todos los bautizados en Cristo-, optar por la paz nos exige que nos identifiquemos con Jesucristo crucificado, como dice san Pablo en la segunda lectura: “Reciban paz y misericordia todos los que viven según esta regla”. En la Eucaristía, el rito de darnos la paz tiene este sentido. Todos estamos invitados a colaborar en la realización de las condiciones que hagan posible la paz. Sólo si nos esforzamos en realizar esta invitación identificándonos con Jesucristo crucificado, podremos estar alegres, no porque hayamos vencido nosotros las fuerzas del mal, pues únicamente Dios puede derrotarlas, sino porque, como dice Jesús al final del pasaje del Evangelio, nuestros nombres estarán escritos en el cielo, es decir, porque podremos participar plenamente del triunfo y de la gloria de Jesucristo resucitado. Que así sea.