Enero 24: El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean – síganme

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Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

En aquel tiempo, después de que metieron a Juan Bautista en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús. (Marcos 1, 14-20).

El Evangelio de Marcos, que fue el primero en escribirse de los cuatro que han llegado a nosotros y son reconocidos por la Iglesia como inspirados, nos presenta hoy el comienzo de la vida pública de Jesús. Las otras lecturas [Jonás 3, 1.5-10; Salmo 25 (24), 1 Corintios 7, 29-31] nos pueden ayudar a complementar nuestra reflexión sobre el mensaje central de este domingo: la Buena Noticia que proclama Jesús, consistente en la cercanía del Reino de Dios, para cuyo establecimiento y desarrollo llama a quienes serían sus primeros discípulos.

 

1. “Se ha cumplido el plazo, el Reino de Dios está cerca”

Esta es la primera frase que pronuncia Jesús al iniciar su predicación. Dios había prometido a través de los profetas que vendría un mesías: un hombre ungido o consagrado por Él (cristos en griego) para establecer su reinado en la tierra, es decir, para hacer presente en ella el poder de su Amor, un amor capaz de liberarnos de la injusticia y de todas las demás formas de violencia si lo acogemos con fe y nos alineamos con su proyecto de construcción de una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, como hermanos, porque somos todos hijos del mismo Creador.

Lo que Jesús proclama es que el tiempo del cumplimiento de aquellas promesas ya ha llegado con Él mismo, lo cual es una buena noticia, que es lo que significa el término evangelio. Pero, además, hay un detalle: Jesús proclama a un Dios que está cerca, muy diferente del distante y lejano que concebían las religiones paganas. En Jesús llega a su plenitud la manifestación personal del mismo Dios que 12 siglos antes se había revelado a Moisés con el nombre Yahvé - “Yo soy”- para decirle que había “bajado” a liberar a su pueblo de la esclavitud (Éxodo 3, 7-8; 13-15), y del mismo Dios que siete siglos atrás había sido anunciado por el profeta Isaías como el Emmanuel o “Dios-con-nosotros” (Isaías 7, 14).

 

2. “Conviértanse y crean en el Evangelio”

Inmediatamente después de la proclamación de la cercanía del Reino de Dios, Jesús invita a sus oyentes a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Hay un contraste muy claro entre el contenido de la predicación de Jonás en el Antiguo Testamento, que se nos presenta en la primera lectura de este domingo, y la predicación de Jesús. Jonás predica una amenaza de destrucción, Jesús proclama una noticia alegre y constructiva. Si bien es cierto que el Dios que se manifiesta en el relato de la predicación de Jonás en la capital del reino de Asiria, al norte de Israel, es un Dios compasivo que “se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó”, el Dios revelado por Jesús –que es el mismo del relato del libro de Jonás– ya no se presenta bajo el signo de la amenaza, sino invitándonos a reorientar nuestra vida en función del reino de Dios, que es el poder del Amor.

Se trata de una invitación a cambiar de mentalidad (metanoia) pasando de las actitudes egoístas y desviadas del camino del bien a una nueva forma de vida en la que le abramos libremente a Dios, en nuestra existencia personal y en nuestro entorno social, el espacio necesario para que el poder de su amor actúe constructivamente en nosotros y en nuestra sociedad.

 

3. Les dijo “Síganme”. Y al momento dejaron sus redes y se fueron con Él

El Evangelio según san Marcos nos cuenta el llamamiento que Jesús les hizo a cuatro pescadores:  (primero a Simón Pedro y su hermano Andrés, y luego Juan y su hermano Santiago). Los tres primeros ya habían comenzado a conocerlo, como lo relata el Evangelio de Juan en el pasaje que leímos el domingo pasado, después de que otro Juan, el Bautista, les había dicho “ese es el Cordero de Dios”. Ahora, Jesús llama a aquellos cuatro pescadores diciéndoles “Síganme”. No es una orden, sino una invitación. La frase que agrega Jesús –“y los haré pescadores de hombres”– conlleva un significado simbólico de lo que sería la misión de sus primeros discípulos, a quienes luego llamaría “apóstoles”, es decir, “enviados”: atraer a la mayor cantidad de gente posible a la causa del Reino de Dios.  

Y esos pescadores fueron de tal modo atraídos por la invitación que Jesús les hizo, que “inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. También nosotros, cada cual en sus circunstancias concretas, somos invitados por el Señor a seguirlo de determinada manera, en un estado de vida específico para contribuir al establecimiento del Reino de Dios en el entorno social concreto en el que nos corresponde vivir. Para que ese seguimiento sea una realidad, tenemos que “dejar las redes”, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, es decir, deshacernos de todo cuanto nos en-reda y por lo mismo nos impide emprender el camino que Dios nos indica como aquél que nos conduce a la verdadera realización del sentido de nuestra existencia.

Pidámosle entonces al Señor que nos dé la disposición necesaria para no ser sordos a su llamamiento, sino prontos y diligentes en atender la invitación que el mismo Jesús nos hace a colaborar con Él en la proclamación, el establecimiento y el desarrollo del Reino de Dios –es decir, del Poder del Amor– en nuestro entorno social: en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, en todas las circunstancias de nuestra existencia. E invoquemos para ello la intercesión de María santísima, quien cumplió a cabalidad su vocación y misión de ser la Madre del Mesías, la Madre de Dios hecho hombre.