Abril 17, 2016: El mensaje del domingo

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Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.” (Juan 10, 27-30).

Este cuarto domingo del tiempo pascual es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque en el Evangelio se evoca la alegoría empleada por Jesús para designarse a sí mismo como tal. Todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan está dedicado a este tema. En las lecturas propias del Ciclo C de la liturgia el texto corresponde a la última parte de dicho capítulo, pero es muy conveniente leerlo y meditarlo completo para entender mejor quién es Jesucristo para nosotros y cómo Él mismo nos presenta su acción salvadora. Centrémonos en los versículos del Evangelio escogidos para este domingo, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52; Salmo 100 (99), 2.3.5; Apocalipsis 7, 9.14b-17.

La imagen de pastor no es cercana a los imaginarios urbanos de la civilización moderna. Sin embargo, sigue siendo muy significativa en la historia de la salvación que nos transmiten los textos bíblicos tanto del Antiguo como de Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia conserva esta figura y la aplica a su misión, entendida como una labor pastoral que continúa la acción salvadora de Jesucristo, el Buen Pastor, como nos dice en uno de sus versículos anteriores el mismo evangelista que Jesús se llamó a sí mismo (Juan 10, 14); por eso también son llamados pastores quienes por una vocación especial son escogidos y enviados por Él para realizar esta misión mediante el sacramento del Orden, y precisamente este domingo se nos invita a orar de manera muy especial por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

1. La figura del pastor en el Antiguo Testamento

En la Biblia aparece constantemente la figura del pastor para indicar cómo actúa Dios con los seres humanos. Primero en el Antiguo Testamento con el pueblo de Israel, que fue en sus orígenes un pueblo de pastores: Abraham, Isaac y Jacob recorrieron 18 siglos antes de Cristo las tierras de Canaán buscando pastos para sus ganados de ovejas. Moisés, quien vivió en el siglo XII a.C., aprendió el oficio de pastor junto al monte Sinaí antes de ser llamado por Dios para ser su mediador en la liberación de los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto, y su conductor por el desierto hacia la tierra prometida.

Desde entonces los israelitas reconocieron a Dios como el pastor que guiaba y protegía a su pueblo. Al rey David, que vivió en el siglo X a.C. y en su infancia había cuidado el rebaño de su padre Jesé, se le atribuyen los salmos que invocan a Dios como el pastor que guía a quien se confía a él hacia fuentes de agua fresca y prados de hierba fresca, como rezan el Salmo 23 (22) –El Señor es mi pastor, nada me falta” – y el 100 (99), escogido por la liturgia católica para este domingo: “Sepan que el Señor es Dios, que él nos hizo, y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.”

Los profetas, por su parte, emplearon la imagen del pastor para referirse a la misericordia infinita de Dios que prometía liberar a sus ovejas de la opresión y el abandono a que habían sido sometidas por los falsos pastores, los jefes políticos y religiosos que las explotaban para su propio beneficio y se desentendían de ellas.

2. “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”

En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta a sí mismo empleando la imagen del pastor aplicada a Dios por los salmos y los profetas, ya no exclusivamente para un pueblo, sino para toda la humanidad, como nos lo muestra la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que el apóstol san Pablo indica la misión que Jesús le ha confiado: “para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.”

Y esto fue tan significativo para los primeros cristianos, que la imagen figurativa de Cristo más antigua que se conoce –encontrada en las catacumbas de las afueras de Roma– es la de un pastor con una oveja sobre sus hombros. Esta figura, tomada de los Evangelios según san Mateo (18, 12-13) y san Lucas (15, 1-7), evoca la misericordia infinita de Dios que, revelándose como tal en la persona de Jesús, busca a la oveja perdida, la encuentra y la lleva de vuelta al redil.

Y el Evangelio según san Juan, por su parte, en el texto de este domingo nos presenta una característica especial del Buen Pastor: el conocimiento que Él tiene de sus ovejas, es decir de todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. Conocer, en el lenguaje bíblico, significa tener una experiencia vital de alguien o de algo. Por eso, cuando Jesús dice que “conoce” a sus ovejas, está refiriéndose a la experiencia vital que Dios mismo ha querido tener de la realidad humana en virtud del misterio de su encarnación, pero además nos está diciendo que Él se ocupa particularmente de cada persona.

3. “Y yo les doy la vida eterna”

Jesús hace partícipes de su resurrección gloriosa a todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. En la segunda lectura de este domingo, tomada del libro del Apocalipsis, encontramos también una referencia directa a la imagen del pastor, identificado de tal modo con sus ovejas, que se ha entregado en sacrificio como cordero pascual: Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.

La palabra del Señor nos invita hoy a revisar si estamos escuchando con atención su voz, y lo que Él nos dice a través de su Palabra, a través del magisterio de la Iglesia, a través de las personas por medio de las cuales puede manifestarnos su voluntad o su orientación, a través los acontecimientos cotidianos que constituyen no pocas veces oportunidades de reflexión en las que Él mismo nos invita a descubrir el sentido de nuestra existencia. Y no sólo nos invita a que escuchemos su voz, sino también a que atendamos su llamado a que volvamos a Él cuando por nuestra debilidad nos hemos descarriado, teniendo en cuenta, especialmente en este Año Santo de la Misericordia, lo que nos recuerda el Salmo responsorial de este domingo: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna”.