IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B - marzo 14 de 2021
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquél que cree en él no muera. sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios no será condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen ya han sido condenados, pues como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz, para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios (Juan 3, 14-21).
La conversación completa, cuya la última parte acabamos de escuchar, es relatada en el Evangelio de Juan inmediatamente después de la expulsión de los mercaderes del Templo. Nicodemo pertenecía al partido religioso de los fariseos, que se identificaban como cumplidores perfectos de la Ley y de los ritos judaicos. Muchos se oponían a Jesús, pero también había entre ellos hombres sinceros que buscaban la verdad, como Nicodemo, quien pertenecía además al Sanedrín, un tribunal en el que se decidían los asuntos religiosos de los judíos, frecuentemente con repercusiones políticas.
Tres veces aparece en el Evangelio de Juan este personaje que llegaría a ser discípulo de Jesús. La primera, en el relato que acabamos de escuchar, cuando va a buscarlo en la noche (Jn 3,2). La segunda, cuando defiende a Jesús en el Sanedrín, diciendo: según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberlo oído (Jn 7,50). Y la tercera, cuando él y José de Arimatea, también discípulo secreto de Jesús, por miedo a las autoridades judías, sepultan su cuerpo después de bajarlo de la cruz. Juan recalca que el mismo que lo defendió y le dio sepultura es el que una noche fue a hablar con Jesús. (Jn 19,39). Detengámonos en tres frases dichas por Jesús en su conversación con Nicodemo.
1. El hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que cree en él tenga vida eterna
El libro de los Números, uno de los primeros cinco que en el Antiguo Testamento componen la Torá o Ley divina, narra el episodio que evoca Jesús, cuando Moisés, siguiendo las instrucciones de Dios, colocó la imagen de una serpiente de bronce en un estandarte para que, quienes habían sido mordidos por las culebras del desierto, al mirarla quedaran curados (Números. 21, 8-9).
Este mismo símbolo llegaría a ser representativo de la medicina, según el aforismo “similia similibus curantur”, que traducido del latín significa “lo similar es curado por lo semejante”, y con él se estaba refiriendo Jesús tanto a lo que sería su sacrificio redentor al morir crucificado, como a su victoria sobre la muerte al resucitar a una vida nueva.
Hace un año comenzó en el mundo la pandemia que nos llevó al encierro, que tantas muertes ha causado y sigue causando, y que ha golpeado a la humanidad no sólo con dolencias físicas, sino también emocionales y espirituales. En medio de esta situación, dirijámonos con una mirada de fe al Señor levantado en la cruz y resucitado, confiando en su poder salvador, pero también poniendo todos de nuestra parte para superarla.
2. Dios no envió su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él
El plan de Dios sobre la humanidad no es un plan de destrucción y condenación, sino de redención y salvación. Tal es el sentido de la primera lectura (II Crónicas 36, 14-16. 19-23), en la cual se hace referencia a los profetas que había enviado constantemente a su pueblo como mensajeros para invitarlo una y otra vez a convertirse, apartándose de la idolatría y la injusticia. Una invitación que se renueva al volver los judíos de Babilonia, donde habían padecido un destierro de cuarenta años que los llevó a añorar la ciudad de Jerusalén, tal como lo expresa poéticamente el Salmo 137 (136).
La segunda lectura (Efesios 2, 4-10) nos dice que Dios es Rico en misericordia. Este fue el título de la encíclica inaugural del pontificado del papa Juan Pablo II en 1978 y corresponde a aquella otra con la cual tituló su primera encíclica (en el año 2005) el hoy papa emérito Benedicto XVI: Dios es amor. A su vez, el papa Francisco anunció el Año Jubilar de la Misericordia (2015-2016) refiriéndose a Jesús como el rostro de la misericordia del Padre. Este mismo Dios ha querido salvarnos a los seres humanos no por nuestros méritos, sino por pura gracia, es decir, como un don suyo que se concreta en su propio Hijo Jesucristo. Y este es el sentido de lo que le dice Jesús a Nicodemo en el Evangelio de hoy: Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para que todo aquél que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
3. Los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz
En el prólogo del Evangelio según san Juan se dice que en Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad, y queesta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla (Juan 1,9-). Y en el mismo Evangelio de Juan, el propio Jesús diría más adelante: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad (Juan 8,12).
La oposición entre luz y oscuridad, característica del mismo Evangelio, cobra un sentido especial en el contexto del relato de la conversación: en medio de la noche, Jesús invita a Nicodemo a reconocerlo como la luz que vino al mundo y a obrar de acuerdo con la verdad. En este sentido, al decir que los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo, pero los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz, Jesús identifica la oscuridad con la mentira o hipocresía y la luz con la verdad o sinceridad.
La invitación es también para nosotros: salir de todo cuanto haya de oscuro en nuestra existencia, dejándonos iluminar por Aquél que es la luz verdadera que alumbra a toda la humanidad (Jn 1, 9) para vivir sinceramente, sin mentiras ni hipocresías. Que así sea.