XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - Julio 19 de 2020
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, Jesús le propuso a la gente que lo escuchaba a orillas del lago estas otras parábolas:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: ‘Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo guárdenlo en mi granero».
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas».
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente».
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo». Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
En estas parábolas Jesús nos enseña cómo obra Dios en el mundo. Veamos qué significan para nosotros, teniendo también en cuenta las otras lecturas [Sabiduría 12,13.16.-19; Salmo 86 (85); Romanos 8,26-27].
1. La buena semilla y la cizaña: El reino de Dios y el misterio del mal en el mundo
Con frecuencia nos preguntamos por qué Dios permite el mal, por qué los corruptos y violentos prevalecen sobre los justos y honestos. Nuestra primera reacción suele ser el deseo de acabar con toda esa “mala yerba” que no deja crecer las semillas del bien. Y esta pregunta reviste un especial significado para Colombia cuando precisamente mañana se cumplen 210 años del grito de independencia de nuestra patria, en la que las fuerzas del mal parecen ahogar las esperanzas de una sociedad justa y en paz.
Pero contraria a nuestra impaciencia se nos presenta la actitud de Dios que, como dice la primera lectura, en el pecado da lugar al arrepentimiento, y de quien dice el Salmo que es clemente y misericordioso, lento a cólera, rico en piedad. Esta actitud nos la muestra el propio Jesús, quien en lugar de querer la aniquilación de quienes hacen el mal, les ofrece la oportunidad de cambiar, encarnando así al mismo Dios de quien los profetas habían dicho que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Esa misma actitud misericordiosa es la que Él espera de sus discípulos, en contra de cierta mentalidad proclive a la llamada "limpieza social", una tentación que debemos rechazar si queremos ser auténticos seguidores de Cristo. El Dios que Él nos revela no es vengativo, sino un Padre siempre abierto a la reconciliación, al que necesitamos reconocer en la situación que padece actualmente nuestro país. Pero, por otra parte, a través de la parábola de la cizaña Jesús anuncia también que vendrá un momento en el que cada cual recibirá el pago merecido. Porque, en definitiva, será el bien el que triunfe sobre el mal.
2. El grano de mostaza y la levadura: la acción del Reino de Dios comienza por lo sencillo
Las otras dos parábolas tienen en común con la anterior la invitación a la paciencia y por eso mismo a la confianza en Dios, que sabe esperar a que lo comenzado en una semilla muy pequeña o con un poco de levadura termine respectivamente en el árbol frondoso o en el pan compartido por muchos.
La acción del Reino de Dios –es decir, del poder del Amor que es Dios mismo– comienza por lo pequeño, por lo humilde, por lo sencillo y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, las parábolas del grano de mostaza y de la levadura nos invitan a no desanimarnos a pesar la lentitud con que parece obrar Dios en medio de un mundo que le rinde culto a la eficiencia instantánea y mágica del éxito fácil, inmediato y sin esfuerzo.
3. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad"
Pablo dice en la segunda lectura: "Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables". Por eso debemos confiar en Dios y no desanimarnos en medio de las dificultades y a pesar de las fuerzas del mal que nos rodean.
Jesús nos enseñó a orar diciendo venga a nosotros tu Reino. Lo que significa esta frase, más que una petición, es la apertura que debemos tener para darle cabida en nuestra existencia a lo que Jesús nos ha enseñado con sus Parábolas del Reino: que el poder salvador de Dios no viene mágicamente, sino que supone un proceso en el cual cada uno de nosotros tiene que disponerse a soportar con paciencia las adversidades y las flaquezas propias y de nuestros prójimos –como se define una de las llamadas "obras de misericordia"–, y a dejar que el Espíritu Santo actúe en nuestra vida para ir transformándonos positivamente con el poder de su amor.
Pidámosle pues al Señor la paciencia que necesitamos para vivir nuestra fe sin desanimarnos por la existencia del mal en el mundo y para ello invoquemos la intercesión de María, la madre de Jesús, que siempre confió en Él a pesar de tener que “guardar en su corazón” muchas cosas que no entendía.