XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - Julio 26 de 2020
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno. Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que andaba buscando perlas finas; cuando encontró una de mucho valor, fue y vendió todo lo que tenía, y compró esa perla. Y ocurre asimismo con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo. Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación. ¿Entienden ustedes todo esto?” “Sí”, contestaron ellos. Entonces Jesús les dijo: “Cuando un maestro se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa, que de lo que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas”.
Desde hace dos domingos hemos venido escuchando en el Evangelio según san Mateo las parábolas del Reino, con las que Jesús nos muestra cómo debemos disponernos para que el poder del amor de Dios obre en nosotros. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida las cuatro que nos presenta hoy, teniendo en cuenta también las otras lecturas [1 Reyes 3, 5.7-12; Salmo 119 (118; Romanos 8, 28-30].
1. Las parábolas del tesoro escondido y de la perla fina
El tesoro y la perla son imágenes que se refieren al valor del Reino de los Cielos o Reino de Dios, es decir, del poder transformador y constructivo de su Amor, cuya cercanía había proclamado Jesús desde el inicio de su predicación, invitando a sus oyentes a convertirse, orientando sus vidas a Él de modo que ese mismo poder los transforme. Podríamos resumir el sentido de ambas parábolas en dos palabras: prioridad y oportunidad.
Amar a Dios sobre todas las cosas –como se suele enunciar el primer mandamiento– implica reconocer la prioridad del fin sobre los medios. San Ignacio de Loyola, cuya memoria celebraremos el 31 de julio, dice al comienzo de sus Ejercicios Espirituales que el fin para el cual somos creados es amar y servir a Dios y así ser eternamente felices, de modo que “las cosas” son medios que podemos usar tanto cuanto nos ayudan para ello, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce a este fin [Ejercicios Espirituales, No. 23: “Principio y Fundamento”]. Cada uno de nosotros debe entonces hacerse esta pregunta: ¿estoy reconociendo en mi vida esta prioridad, con todo lo que supone y exige?
El Reino de Dios se nos ofrece además como una oportunidad. De cada quien depende aprovecharla. San Ignacio dice que es un insensato quien quiere encontrar a Dios y “no pone los medios hasta la hora de la muerte” [EE, No.153]. El labrador que descubre el tesoro escondido y el comerciante que encuentra la perla fina simbolizan a quien sabe establecer las prioridades y además aprovechar sabiamente las oportunidades.
Para obrar nosotros de igual modo, necesitamos que el Señor nos conceda el don que le pidió Salomón, según nos cuenta la primera lectura: la sabiduría para discernir entre el bien y el mal, entre lo que nos conviene o no para lograr la verdadera felicidad haciéndonos posible, como dice el Salmo, vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
2. La parábola de la red repleta de pescados
La imagen del pescador que selecciona los peces recogidos en la red es empleada por Jesús para referirse a la acción de Dios que comienza con un llamado a muchos y termina con pocos escogidos, siendo estos últimos los que no sólo escuchan su palabra, sino además la acogen y la ponen en práctica.
Y el mensaje de la red llena de pescados, unos buenos y otros que no sirven, es además similar al de la parábola de la buena semilla y la cizaña que escuchamos el domingo pasado. La acción de Dios, pacientemente misericordiosa al ofrecer a todos en el tiempo presente la oportunidad de convertirse y de acoger su Reino, es también justa y esa justicia divina se manifestará al final de los tiempos, es decir, cuando al terminar esta vida le corresponda a cada cual rendir cuentas ante el Señor. A ello se refiere Jesús con la imagen del horno encendido donde habrá llanto y desesperación, es decir, el infierno, que no es un lugar físico, sino la figuración simbólica de un estado eterno de infelicidad que padecerá todo el que se haya encerrado en su egoísmo y haya preferido el reino del odio al del amor, el reino de la injusticia al del reconocimiento efectivo de la dignidad de las personas y sus derechos, el reino de la violencia al de la convivencia pacífica.
3. La parábola del dueño de casa que saca del baúl cosas nuevas y viejas
Jesús quería que sus discípulos fueran continuadores de sus enseñanzas. Tal es el sentido de la comparación que les propone al final: en la misión de continuar el magisterio de Jesús, como el hombre que saca de un baúl lo viejo y lo nuevo, deberán ser fieles a una tradición que se remonta a los orígenes de la Iglesia fundada por Él, pero también deberán saber encontrar nuevas formas de presentar su mensaje en circunstancias nuevas, respetando lo valioso de la tradición, pero asimismo estando dispuestos a asumir sin miedo lo nuevo que trae el presente y que depara el porvenir.
Dice san Pablo en la segunda lectura que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. En medio de este mundo aquejado por la presencia del mal en sus distintas formas –y hoy además por la pandemia del coronavirus– nuestra fe en Dios nos anima a la esperanza en el triunfo definitivo del bien, que puede empezar desde ahora mismo para nosotros si nos ponemos en la onda de su Reino, es decir, en la del poder constructivo de su amor, que sabe sacar bienes de los males y hacer maravillas en nosotros si confiamos en Él a pesar de todas las dificultades que se nos presenten.
Invoquemos finalmente la intercesión de María santísima, pidiéndole que nos alcance de su Hijo, por obra y gracia del Espíritu Santo, la sabiduría de discernir lo que más nos conviene para ser eternamente felices, aprovechar las oportunidades que Dios mismo nos ofrece para orientar nuestra vida de acuerdo con su voluntad y no desanimarnos ni dejarnos vencer por el pesimismo en medio de los problemas de esta vida.