Agosto 2: Partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron

Agosto 2: Partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

Cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan el Bautista, se fue solo en una barca a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, tuvo compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban. Como ya se hacía de noche, los discípulos se le acercaron y le dijeron: “Ya es tarde, y este es un lugar solitario; despide a la gente para que vayan a las aldeas y se compren comida”. Jesús les contestó: “No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer”. Ellos respondieron: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados”. Jesús les dijo: “Tráiganmelos aquí”. Entonces mandó a la multitud que se sentara sobre la hierba. Luego tomó los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos; recogieron los pedazos sobrantes, y con ellos llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres ni los niños (Mateo 14, 13-21).

Siete veces aparece en los Evangelios la multiplicación de los panes y peces obrada por Jesús: dos en el de Mateo, dos en el de Marcos, dos en el de Lucas, y una en el de Juan, lo cual indica la importancia que tuvo aquella experiencia para sus discípulos. Veamos cómo podemos aplicarla a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas [Isaías 55, 1-3; Salmo 145 (144); Romanos 8, 35-39].

 

1. Se fue solo en una barca a un lugar apartado

Jesús busca espacios de soledad que le permitan descansar y alejarse del ajetreo cotidiano para meditar y orar. En esta ocasión además se acaba de enterar de la muerte de su pariente y precursor Juan Bautista, a quien ha asesinado el rey Herodes mandándolo decapitar.

También nosotros necesitamos el silencio interior para encontrarnos con Dios y ser confortados por Él siempre, pero especialmente en los momentos difíciles. Necesitamos buscar y encontrar espacios para nuestro descanso y renovación espiritual, en los que podamos escuchar la palabra de Dios que nos reconforta.

 

2. Vio la multitud, tuvo compasión de ellos y curó a los enfermos que le llevaban

Todas las personas que buscaban a Jesús ávidas de sus enseñanzas y sus acciones sanadoras, al encontrarlo experimentaban su actitud disponible especialmente para los más necesitados. Era una actitud de com-pasión, en el sentido más pleno de lo que significa com-padecer: sentir-con, padecer-con.

Los evangelios cuentan que Jesús tuvo compasión empleando en griego la palabra splachnizomai, que aparece 17 veces en El Nuevo Testamento y significa “se le revolvieron las tripas” (en medicina la especialidad que se refiere a las “vísceras” se denomina “esplacnología”). Dios se hizo hombre en Jesús para sentir humanamente como nosotros, conmoviéndose visceralmente ante el sufrimiento humano. Por eso, si queremos ser auténticos seguidores suyos, debemos disponernos a reproducir en nuestra vida la misma actitud. Todos podemos realizar esta com-pasión contribuyendo a ayudarnos unos a otros con una disponibilidad solidaria de servicio y de ayuda mutua. Pero para ello necesitamos que Dios mismo nos conceda una sensibilidad interior que nos haga conmovernos hasta lo más profundo de nuestro ser ante el sufrimiento de los demás, la misma que él tuvo por las personas que le llevaban a sus seres queridos enfermos, que lo escuchaban con avidez y que tenían hambre (y sobre todo hambre y sed de justicia).

 

3. Partió los panes y los pescados, los dio a sus discípulos y ellos los repartieron

El milagro de la multiplicación de los panes y peces expresa el cumplimiento de las promesas que Dios había anunciado en el Antiguo Testamento, en el sentido de la abundancia de un alimento renovador que él mismo haría posible para todas las personas que acogieran su Palabra y lo invocaran sinceramente. Tal es el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura y del salmo responsorial. Pero detengámonos en tres aspectos significativos del relato del Evangelio:

- La multiplicación de los panes y peces es una imagen anticipatoria del sacramento de la Eucaristía, al que los primeros cristianos llamaron fracción del pan y por el que se realiza la presencia de Jesús que nos alimenta con su propia vida entregada y resucitada. Y él mismo iba a ser representado simbólicamente desde los comienzos de su Iglesia con la imagen del pez, ICTUS en griego, cuyas letras son las iniciales del nombre y los títulos de Jesús: Iesous, Christos, Theos, Uios, Soter (Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador).

- La multiplicación de los panes y peces es una acción comunitaria. Jesús no los da directamente a todos, sino que los entrega a varios de sus discípulos para que los repartan entre la gente. Esto significa que la tarea de contribuir a la alimentación de todos no le corresponde sólo a Él; es una tarea colaborativa en la que cada cual debe aportar lo que pueda.

- La multiplicación de los panes y peces no es un acto de magia como los trucos de los prestidigitadores. Por el contrario, la enseñanza de este milagro podría resumirse así: si existe una real voluntad de compartir, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra; pero si no existe esa voluntad, aunque haya mucho unos pocos acaparan todo y las mayorías padecen hambre. Esto último es lo que sucede cuando las estructuras sociales injustas y la corrupción hacen que unos cuantos se enriquezcan a costa de muchos cuyo número crece y se empobrecen cada vez más. Por eso, para ser coherentes, debemos llevar a la práctica lo que significamos en la Eucaristía: compartir la mesa de la creación, representada en el pan y el vino, para que así como a través de estas especies se realiza en la consagración eucarística la presencia de Cristo que nos alimenta con su vida resucitada, también nosotros contribuyamos a que se realice en nuestra vida cotidiana la presencia de Dios que es Amor, al compartir lo que somos y tenemos con nuestros prójimos, empezando por  los más necesitados.

Y dispongámonos a ser alimentados con la mayor frecuencia posible por este Pan de Vida que es el mismo Jesucristo resucitado, la Palabra de Dios hecha carne que nos nutre y nos fortalece espiritualmente en el camino de nuestra existencia terrena, para que, como escribe el apóstol san Pablo en la segunda lectura, nada nos aparte de su amor a pesar de las dificultades que tengamos que afrontar en ella. Que así sea.