Julio 31: Homilía – san Ignacio de Loyola

Julio 31: Homilía – san Ignacio de Loyola

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

Lecturas

1ª Lectura (Deuteronomio 30, 15-20) - Esto dijo Moisés a los israelitas: “Les doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal, por el otro. Si obedecen lo que les ordeno, aman al Señor su Dios, siguen sus caminos y cumplen sus mandamientos, vivirán. Pero si no le hacen caso, no estarán mucho tiempo en el país que van a conquistar después de haber cruzado el Jordán. Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos. Escojan la vida para que vivan ustedes y sus descendientes; amen al Señor su Dios, obedézcanlo y séanle fieles, porque de ello depende la vida de ustedes”.

Salmo Responsorial (Ps 1) - R/. Feliz quien pone su amor en la ley del Señor, y en ella medita noche y día.

Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los arrogantes, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día. R/. Es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas. R/.

2ª Lectura (1 Timoteo 1, 12-17) - Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me ha puesto a su servicio a pesar de que yo antes lo ofendía. Pues Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero, pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Jesucristo mostrara en mí toda su paciencia. Así yo vine a ser ejemplo de los que habían de creer en él para obtener la vida eterna. ¡Honor y gloria para siempre al Rey eterno! Amén.

Evangelio (Mateo 16, 13-27) - Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Algunos que Juan el Bautista; otros que Elías, y otros que Jeremías o algún otro profeta. Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?, les preguntó. Simón Pedro le respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Entonces Jesús le dijo: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y ni el poder de la muerte podrá vencerla.  (…) A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho, que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría (…). Y añadió: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí la encontrará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? 

 

Homilía

En este relato del Evangelio encontramos tres frases de Jesús a partir de las cuales podemos evocar los rasgos esenciales de la espiritualidad ignaciana, propuesta no sólo a los jesuitas, sino también a toda persona que quiera vivirla.

 

1. ¿Quién dicen ustedes que soy yo?

Hoy podemos considerar como dirigida también a nosotros la misma pregunta que Jesús les hizo a sus primeros discípulos: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. En otras palabras, preguntémonos: ¿qué pienso y sobre todo qué siento que significa Jesucristo en mi vida? Para responder a esta pregunta, Ignacio propone en sus Ejercicios Espirituales, al invitarnos a contemplar los misterios de la vida de Jesús, “pedir conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”. No cualquier conocimiento, sino un conocimiento interno: una experiencia vivencial de Cristo, superando el plano intelectual y adentrándonos en el afectivo, con una finalidad: para “más” amarlo y seguirlo. Esta dinámica del “más” (magis) es una característica esencial de la espiritualidad ignaciana.      

 

2. El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo y cargue su cruz cada día 

Ignacio sintió que Cristo lo llamaba como había llamado a muchos otros antes de él que se desprendieron de sus afectos desordenados para seguirlo y vivir de acuerdo con sus enseñanzas. Y no se contentó con ofrecer toda su persona para trabajar con Él en la misión de proclamar la cercanía del “reino de Dios”, es decir, del poder del Amor que es Dios mismo, sino que además se propuso ser, como él mismo lo indicó, uno de los que más se querían señalar en el seguimiento de Jesús. La primera condición de este seguimiento es negarse a sí mismo, lo cual no significa acabar con la autoestima, sino renunciar a los intereses egoístas, porque, como el mismo Ignacio también escribió en sus Ejercicios Espirituales, para seguir a Jesús hay que “salir del propio amor, querer e interés”.

Ignacio reconoció la acción salvadora de Dios en su vida. Por eso invita a quien hace los Ejercicios Espirituales a darle gracias porque “siempre ha tenido de mí tanta piedad y misericordia”; por eso también podemos aplicarle a él lo que dice de sí mismo el apóstol san Pablo: “derramó abundantemente su gracia sobre mí”, y por eso se entregó completamente a Dios, renunciando a toda ambición de riquezas y honores para convertirse, como Jesús, en un hombre dispuesto no a ser servido, sino a servir. Y este es el sentido de la petición que propone al final de los Ejercicios Espirituales: “pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir”, teniendo en cuenta además que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”.

 

3. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Esta frase que Ignacio les repetía a sus compañeros en la Universidad de París con quienes fundaría la Compañía de Jesús, corresponde a lo que él llama el Principio y fundamento en sus Ejercicios Espirituales: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto, salvar su alma”. Salvar el alma quiere decir ser feliz. Dios quiere nuestra felicidad. No la aparente y vana que da el mundo, sino la verdadera y plena, que puede empezar desde ahora en la medida en que le encontremos un sentido constructivo a nuestra vida y lo realicemos. En este sentido, quien, como Ignacio dice de sí mismo, había sido hasta sus 26 años un hombre dado a las vanidades del mundo, reorientó su vida hacia Dios a partir del cañonazo que hirió sus pernas. 

Ahora bien, el logro de la verdadera felicidad exige el discernimiento, es decir, la búsqueda constante de la voluntad de Dios en nuestras decisiones y acciones, usando nuestra libertad de la única manera como nos puede servir para ser felices: como dice Ignacio, “solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para el que somos creados”. En la lectura del libro del Deuteronomio hemos escuchado lo que nos dice la palabra de Dios a través de Moisés: “Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… Elige la vida y vivirás”. Y prosigue diciendo que es mediante el cumplimiento de la voluntad divina como elegimos efectivamente “la vida y el bien”.

La vida entera de Jesús en la tierra fue el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios, a quien nos enseñó a dirigirnos llamándolo Padre nuestro, diciéndole que venga a nosotros su Reino que es el poder del Amor, y que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo. Y la voluntad de Dios, en su sentido más general, se resume en el mandamiento del amor: a Él sobre todas las cosas y al prójimo no sólo como a nosotros mismos, sino como Dios mismo nos mostró en Jesús que nos ama, hasta entregar la propia vida. Ignacio propone en los Ejercicios Espirituales pedir gracia a nuestro Señor para que yo no sea sordo a su llamamiento, sino presto y diligente para cumplir su santísima voluntad. ¿Pero, cómo puedo conocer la voluntad de Dios en cada momento de mi vida?

Todas las personas que siguiendo a Jesucristo han orientado su vida en la línea de la voluntad divina, la fueron conociendo a través de la meditación, escuchando atentamente la Palabra de Dios y, especialmente, contemplando lo que Jesús nos muestra en sus enseñanzas y en los distintos relatos de su vida que nos presentan los Evangelios. Así lo hizo constantemente san Ignacio después de su conversión y por eso también podemos aplicarle a él lo que dice el Salmo 1º: “Feliz quien pone su amor en la ley del Señor, y en ella medita noche y día”.

 

Conclusión

Démosle gracias a Dios por lo que ha significado la vida de san Ignacio de Loyola para la Iglesia y para la humanidad. Y contando con su intercesión y la de María santísima en su advocación de nuestra Señora del Camino, a la cual le tuvieron él y sus primeros compañeros jesuitas un especial afecto, pidámosle al Señor que todos nosotros, creados para ser plenamente felices, alcancemos este fin mediante el conocimiento y la puesta en práctica de su voluntad.

Y que María, Madre de Dios y Madre nuestra, como le pedía constantemente san Ignacio, “nos ponga con su Hijo”, es decir, nos sitúe espiritualmente junto a Él para que nuestro corazón sea cada día más semejante al suyo, y así podamos hacer realidad el lema escogido por el propio Ignacio para la Compañía de Jesús, el cual se encuentra 259 veces -aproximadamente una por cada página- en las Constituciones de esta orden religiosa fundada por él en 1540, y que debe ser el propósito de todo proyecto humano: “Ad Majorem Dei Gloriam” (AMDG) –“para la mayor gloria de Dios” –, que es la vida verdaderamente feliz de sus hijos. Por eso, dispuestos a orientar siempre nuestra existencia en la línea de este mismo propósito, digamos y llevemos a la práctica lo que dice san Pablo al final de la segunda lectura: “¡Honor y gloria para siempre al Rey eterno! Amén”.