Por: Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
Profeta Jeremías 38, 4-6. 8-10
Carta a los Hebreos 12, 1-4
Lucas 12, 49-53
Muchas de las relaciones que establecemos los seres humanos tienen, como criterio, el costo – beneficio que ellas conllevan. Por ejemplo, ante la posibilidad de cambiar de sitio de trabajo, analizamos cuidadosamente el sueldo que nos ofrecen, la estabilidad laboral del nuevo empleo, los horarios, las distancias entre el lugar de trabajo y el sitio de vivienda, etc. Estos análisis son razonables; más aún, sería insensato que tomáramos decisiones sin sopesar los pros y los contras, los beneficios y los costos. No se ve mal que, calculadora en mano, hagamos las sumas y las restas para tomar las decisiones.
Muchas personas pretenden manejar su relación con Dios con la misma lógica de la calculadora; estas personas se acercan o se alejan de Dios dependiendo de las amenazas que encuentran en el camino. Muchos tienen una relación con Dios basada en el interés; lo buscan, hacen peregrinaciones y promesas cuando hay problemas económicos o la salud se ve disminuida; superada la emergencia, el recuerdo de Dios vuelve al cuarto de San Alejo, junto a los trastos viejos...
Así como es legítimo tomar decisiones dentro de un modelo transaccional de dar, recibir y negociar, hay que comprender que las relaciones con Dios están en un nivel absolutamente diferente. La fe no admite descuentos, plazos o condiciones. Desde las primeras páginas de la Biblia se afirma el carácter absoluto y exclusivo de la relación con Dios: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”.
Las tres lecturas que propone a nuestra consideración la liturgia de hoy plantean, cada una en su estilo, la radicalidad de la fe del creyente, que no cabe en un modelo transaccional:
En la primera lectura, los jefes que tenían prisionero al profeta Jeremías dijeron al rey: “Hay que matar a este hombre, porque las cosas que dice desmoralizan a los guerreros que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo”.