Agosto 16, 2015: Pistas para la homilía

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Por: Jorge Humberto Peláez S.J.

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Eucaristía, misterio de amor que no deja de sorprendernos

• Lecturas:

- Libro de los Proverbios 9, 1-6
- Carta de san Pablo a los Efesios 5, 15-20
- Juan 6, 51-58

• Desde hace varios domingos, la liturgia ha estado focalizada alrededor del tema del alimento, invitándonos a profundizar en la riqueza antropológica y teológica de este elemento básico para la conservación de la vida, pero cuyo significado va mucho más allá.

• Los que hemos sido educados en una familia católica practicante y comprometida con la fe, sentimos la eucaristía como algo que forma parte de nuestra vida. Participar en ella es normal. Aunque esta familiaridad con la eucaristía tiene muchos aspectos positivos, puede estar acompañada de una cierta rutina. Como venimos participando asiduamente en la eucaristía desde niños, quizás este misterio sublime del amor de Cristo ya no nos sorprende.

• Quisiera invitarlos a que esta meditación dominical fuera una renovada toma de conciencia del amor infinito que Jesucristo nos expresa al entregarse como pan vivo que ha bajado del cielo.

• Podemos considerar la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios, como una ambientación que prepara muestras mentes y corazones para acoger las palabras de Jesucristo sobre el pan de vida.
• Esta primera lectura nos presenta la escena de un banquete en el que todo ha sido cuidadosamente preparado: los manteles, la vajilla, los alimentos. Esto nos indica la solemnidad de la ocasión.

• ¿Quién es el anfitrión de semejante banquete? El texto bíblico lo identifica como “la sabiduría”. Quien toma la iniciativa de construirse una casa y preparar un banquete no puede ser una fuerza impersonal sino que tiene que ser un ser muy especial. Con este lenguaje, el texto sagrado se refiere a Dios, creador del universo, que invita a los que ha creado a su imagen y semejanza a que se sienten a la mesa y compartan el banquete de la vida.

• Es una invitación abierta para que la acoja quien quiera: “Ha enviado a sus criados para que, desde las puertas que dominan la ciudad, anuncien esto: Si alguno es sencillo, que venga acá”.

• Cuando nos invitan a una cena, es natural que preguntemos por el motivo de la celebración. En este texto del Libro de los Proverbios, se hace lo que hoy llamaríamos una oferta de valor: “Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”.

• Quienes respondan positivamente a la invitación y participen en el banquete, tendrán una profunda experiencia de crecimiento interior; su manera de comprender la realidad se verá enriquecida.

• Este texto del Libro de los Proverbios, que utiliza un lenguaje simbólico que no nos es del todo claro, nos sirve de ambientación para escuchar las palabras del Señor sobre el banquete por excelencia, que se celebró por primera vez en la Última Cena y que la Iglesia continúa celebrando hasta el fin de los tiempos.

• Los invito, pues, a leer atentamente el texto del evangelio de Juan, donde encontramos expresiones sorprendentes del Señor: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”

• Llama profundamente la atención que Jesucristo no sea solamente el anfitrión que invita a sentarnos a la mesa. Es, igualmente, el alimento. Algo semejante se afirma cuando se comparan los sacrificios del Antiguo Testamente y el sacrificio de la cruz, donde se sella la Alianza nueva y eterna. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes ofrecían sacrificios para dar gracias y pedir la protección de Yahvé; en la cruz, Jesucristo es el sacerdote y la víctima inmolada.

• Igualmente sorprende la claridad con que afirma su condición divina. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Esta declaración debió impactar profundamente a sus coetáneos, que lo habían visto crecer como el hijo de José y María.

• La sorpresa y el escándalo aumentan cuando escuchan unas palabras cuyo sentido se les escapa: “El pan que yo les voy a dar es mi carne”. Apenas oyeron este pronunciamiento, estalló una discusión fenomenal.

• Como creyentes, detengámonos a degustar estas palabras del Señor. Al encarnarse y compartir nuestra condición humana, cambió el sentido del peregrinar humano, que quedó impregnado de divinidad; a lo largo de su vida pública, impartió unas enseñanzas como jamás se habían escuchado ni se escucharían después de Él; dio su vida para reconciliarnos con el Padre; con su resurrección nos liberó del pecado y de la muerte, y nos ofrece una eternidad de felicidad y plenitud. No satisfecho con todas estas expresiones de amor, se nos entrega como alimento para fortalecernos y nutrirnos en el caminar cotidiano.

• En las palabras del Señor hay una promesa de valor que quizás no calibramos suficientemente por estar demasiado familiarizados con la eucaristía: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. La participación frecuente en la eucaristía establece una relación especialísima entre el Señor y nosotros. ¡Dejémonos sorprender por el misterio eucarístico y participemos con una renovada devoción!